En un Palau Sant Jordi lleno hasta los topes la selección española de balonmano se proclamó campeona del mundo por segunda vez en su historia. El equipo de Valero Rivera doblegó cual plastilina a Dinamarca en un partido que sin duda pasará a la historia por lo abultado de la diferencia. El 35-19 final pone de relieve la superioridad de España durante los 60 minutos. El equipo de Rivera fue una apisonadora al que le bastó la primera parte para demostrar que esa final tenia ganador y ese sería España.

El partido se inició con una defensa 6-0 de los españoles que consiguió neutralizar a la primera línea danesa, donde el ex-azulgrana Mikkel Hansen no encontró facilidad para su lanzamiento. Dinamarca no marcó su primer gol hasta pasado el minuto cinco y eso marcaría la tónica del encuentro. La fe con la que el equipo de Rivera afrontó esos primeros minutos y el ritmo defensivo fueron determinantes para llevar el partido a un 3-0 que obligó al entrenador danés Ulrik Wilbek a pedir su primer tiempo muerto. Fue un espejismo y el 6-5 hacía temer que el equipo danés despertaría de su pesadilla para empezar a demostrar su calidad, pero la pesadilla iba a continuar. España siguió jugando muy seria en defensa y aprovechando al máximo las posiciones de lanzamiento. Del 8-5 en el minuto 17 se pasó al 15-9 en el minuto 25. Wilbek tuvo que pedir otro tiempo muerto que tampoco sirvió de nada salvo para agrandar la herido. Se llegó al descanso con un 18-10, un marcador que ya empezaba a ser escandaloso para la final de un Mundial.

El juego de Dinamarca se hundió, naufragando totalmente, errando lanzamientos muy claros y dejando que España impusiese su ritmo en todo momento. "Lanzamos demasiado deprisa y ellos salieron al contraataque muy rápido. Les entró todo", se lamentó tras el partido el lateral Mikkel Hansen (elegido mejor jugador del Mundial). Tenía razón. España machacó tanto a su rival que apenas les quedó aliento en los últimos minutos del primer tiempo. Era el cansancio de verse apabullado.

VENDAVAL STERBIK España salió en la segunda parte a martirizar a su rival. En el vestuario los más jóvenes ya se veían campeones "pero los más experimentados nos pedían calma, que hasta que el árbitro no pite el final no han nada hecho", explicaba Aitor Ariño. Así fue como, con calma pero si compasión España siguió con un ritmo frenético, aumentando su ventaja de forma brutal.

Dinamarca estuvo ausente en la pista y por cada lanzamiento suyo (fallado o detenido por un inconmensurable Arpad Sterbik) España metía cuatro goles. Las diferencias fueron creciendo casi al mismo ritmo que transcurrían los minutos. Once goles en el minuto cinco (21-11), catorce (26-12) en el minuto diez, diecisiete (29-12) en el minuto quince. Dinamarca estuvo aniquilada en todo momento y un equipo que en la víspera era favorito acabó en la ciénaga de la desesperación. Arpad Sterbik lo paró todo y más, y su nombre fue coreado por el Sant Jordi en pie cuando Valero Rivera le sustituyó por José Manuel Sierra en el minuto 23 de la segunda parte.

La máxima diferencia llegó con el 34-16, casi veinte goles ante los actuales campeones de Europa. Dinamarca se pasó los 30 minutos del segundo tiempo rezando para que los árbitros pitaran el final de ese bochorno ante una España que lo hizo todo bien y le salió todo desde el minuto uno. Ganó el mejor y ese fue España.