Cuando llegó de La Pobla, allá por 1995, no lo querían. Cuando estaba galopando por la banda derecha del Mini Estadi (1998), tampoco. Y cuando Louis van Gaal (1999) montó un partidillo en el Camp Nou reclutando jóvenes del filial, fue él quien decidió que no se iría nunca del Barça. Ya no dependía de los demás. Solo de Carles Puyol Saforcada, el chico de pueblo, tenaz, obstinado e indestructible, que no abandonó jamás su esencia, resguardado en la casa de Ramón Sostres, el hombre que lo bajó a Barcelona hace casi 20 años.

Durante tres semanas lo tuvieron a prueba. Y tardaron en creer en él. Como siempre. Hasta que, al final, le autorizaron a quedarse. Y el primer día, camino de Sallent para disputar el torneig Enramades, un técnico se le acercó. "Si quieres fichar por el Barça, tienes que cortarte el pelo", le dijeron. "Sí, sí, me lo corto y lo que haga falta", respondió entonces. Pero no lo hizo. Tal vez, esa haya sido la única orden que ha desobedecido. Tenía entonces 17 años y hacía solo dos que jugaba a fútbol.

Había empezado de portero, De ahí a delantero, luego interior, después defensa, comenzó de lateral derecho, luego central y, al final, es un símbolo culé luciendo orgulloso desde hace años el brazalete de capitán del mejor Barça.

Años de miseria

Sobrevivió a los años de miseria deportiva con Gaspart, al renacimiento con Laporta y Rijkaard antes de descubrir la perfección con Guardiola, levantando Champions (París y Roma) y de generosidad (en Wembley se la cedió a Abidal). "Firmar el contrato es importante, pero lo más importante es cumplirlo. Mi ilusión es llegar a los 40 años", dijo ayer tras renovar hasta el 2016. Cumple 35 en abril y si acaba su contrato tendrá 38.