La gente trató de vencer al domingo. Cuando la megafonía anunció los 11.136 espectadores que había en El Arcángel, alguien comentó jocoso: "Los otros cuatro mil están en la cama".

No, no estaban en la cama. Desafiantes al día más invernal, sin rastro de sol, con las nubes más grises que nunca a punto de estallar sobre nuestras cabezas, hubo quien se paseaba por La Ribera, quien incluso corría, quien andaba cargado de bolsas por el mercadillo, y quien convirtió el bostezo en asombro, los que optaron por ir al estadio.

Aquel cielo tan rabioso era al que ansiaba mirar Rennella. Al fallar el penalti quizá se le cayera. Le explotaría al mandar el balón al larguero. "Ese se va a hundir", rumiaban en la grada. Pero finalmente se quitó la camiseta. Y cuando sus compañeros dejaron de felicitarle y se quedó solo, andando hacia su campo, alzó las manos y miró a ese cielo que parecía tan odioso, pero en el que buscaba a su padre.

La emoción se esfumó.

"¡Carlos, véndelo, Carlos, véndelo!". Llegó la ironía tras cada gol. En el recuerdo, el traspaso de Fernández. Al presidente le recomendaron que vendiese a Koki e incluso usaron su lema de la Copa. "¡Los billetes, sí que molan!".

Mientras, el campo estaba cada vez más cerca del cielo. Cristian fue el segundo en mirarlo y le siguió Pedro. Al igual que la semana pasada, un sombrero cayó al césped. Para entonces, el entrenador del Murcia ya se había quitado su chaquetón. "A ver si el sol sale un poquito".

No salió.

Tampoco importó.

La lluvia de la noche le hizo un guiño a Joselu. Un defensa del Murcia resbaló y el onubense volvió a sentir escalofríos mucho tiempo después. También señaló al cielo.

López Silva, no.

Dio un manotazo al aire y miró al suelo. Quizá, porque en ese momento el cielo y las nubes ya estaban ahí, debajo de los ojos de cada blanquiverde. Quizá por eso, de vuelta a casa, podían tocar con la mano el agua del río. Ahí estaban las nubes. Ya no había tanta gente de paseo. El domingo se quedó solo, pensando que había ganado, cuando en realidad había perdido.

No, apenas quedaba gente por la calle, pero es que las sonrisas de los cordobesistas brotaban del brasero.