El ciclismo es así, guste o no guste. Esta película ya se ha visto. Este deporte, aliado a la épica y a los mitos, en el que el esfuerzo entra enseguida en leyenda, siempre ha sobrevivido con una historia negra a sus espaldas, desde los tiempos pretéritos, porque ya en 1904, en la segunda edición de la ronda francesa, los cuatro primeros clasificados fueron excluidos por diversos chanchullos entre los que figuraban avituallamientos irregulares, cuando la palabra dopaje todavía no existía en el diccionario. Y porque tal como escribió el gran cronista francés Albert Londres, cuando siguió el Tour de 1924, la cocaína alimentaba a las grandes figuras de la época como los hermanos Pélissier. "Esto es cocaína para los ojos. Esto es cloroformo para las encías. Andamos con dinamita", desgarrador testimonio de Francis Pélissier, hermano menor de Henry, vencedor de la grande boucle de 1923.

Pero eran otros tiempos, porque el dopaje, el uso de ayudas externas, ni estaba mal visto ni representaba un problema social como ahora, porque Eddy Merckx, El Caníbal, el mejor de la clase, el corredor que ganaba de febrero a octubre, con cinco Tours y cinco Giros, también dio positivo. Y entonces no pasaba nada. Hasta fue recibido como un héroe en Bruselas cuando fue expulsado del Giro por un dopaje que él atribuyó a un sabotaje. Y la ciudadanía belga, con el rey al frente, lo creyó.

Y porque Federico Martín Bahamontes, el Aguila de Toledo, el primer español que ganó el Tour, héroe nacional en un país en dictadura, presumía del jarabe que le preparaba un boticario de Toledo. Pero, también es cierto, que por mucha dinamita que le pusieran en el brebaje, aquello ni era EPO, ni transfusiones sanguíneas, ni hormona del crecimiento.

Los corredores se dieron cuenta de que la sociedad los rechazaría, como le ha pasado ahora a Lance Armstrong. Ahora, si un corredor se muere en plena competición, tal cual le sucedió a Tom Simpson (Mont Ventoux, Tour de 1967 por una sobredosis de anfetaminas), no va a ser enterrado como un héroe en su villa natal inglesa, ni tendría, como le pasó a él, un monolito en el lugar justo donde perdió la vida en la carretera.