Jordi Alba abrió y cerró el marcador. Marcó en las dos porterías. Pero esa anécdota quedó sepultada por el devenir de un partido apoteósico y accidentado, sumamente espectacular y con un marcador del siglo pasado. En 90 minutos se concentró el fútbol en estado puro: goles, errores, tarjetas, expulsiones, postes y una emoción que traspasó los confines de Riazor y el rectángulo del televisor. ¿Cómo, si no, si se ven nueve goles en un frenesí impropio en estos tiempos de recortes y estrecheces? Marcó Alba para unos y para otros en un festival de goles de los que hacen época. Hacía casi 20 años que no se veía tal orgía de goles más o menos repartidos. Ganó el Barça porque Messi solo miró a una portería, con otro triple.

El choque entre el equipo más goleado y el más goleador no podía acabar de otra manera. Pero el cuadro azulgrana descubrió que tiene grietas en el edificio y el Dépor acabó feliz porque también es capaz de marcar, aunque no siempre encontrará un rival tan generoso detrás, con errores impropios del líder inaccesible que refleja la tabla. Lo mismo podría decir el Barça del Dépor, un coladero que le augura muchos problemas.

Tan lúcido anduvo el Barça delante como ofuscado detrás. Excelente en su despliegue ofensivo, encontrando rendijas con pases verticales y certero ante el marco, ofreció la mejor versión en sus ataques. Y todo ese afán por mirar hacia adelante, convencido de que ganaba, se tornó en desidia para correr de vuelta.

Tres goles en 17 minutos le mantuvieron a salvo. Salió con tanta tensión que la agotó muy pronto, porque veinte minutos después solo vencía por la mínima. Dos errores defensivos dieron esperanza al cuadro gallego, que alimentó hasta el final el sueño de una gesta, con Aranzubia tratando de emular a Alba: subió a rematar un córner cuando ya le habían metido cinco.