Vicente del Bosque es un entrenador prudente que juega a congelar el reloj de los partidos. Sus primeros tiempos son un chequeo. Mirar al rival, tomarle el pulso, pasar los rayos X por la competencia y sondear que todo está en su sitio. Las bajas de Puyol y Villa le han supuesto un martirio, pues con ellos dos en el equipo titular, probablemente estaríamos viendo otra disposición y, sin la menor duda, ubicaciones y responsabilidades distintas.

Pero emplea con mesura lo que tiene, lo que no siempre equivale a acierto. Los jugadores van construyendo su propio ecosistema de juego, encontrando asociaciones que desconocían o perfeccionando otras. Así, los dos primeros encuentros de la Eurocopa destilaron que el costado fuerte iba a ser el izquierdo, con Alba, Alonso e Iniesta fabricando un volumen aplastante de acciones. Lo adivinó el entrenador croata y le puso remedio a base de duplicar sus fortificaciones por esa zona. Y Laurent Blanc decidió repetir. He ahí la gran fortaleza española: su capacidad para influir decisivamente en el planteamiento de los rivales.

España da más miedo desde la alineación que desde el juego. Desnaturalizada Francia, los rojos salieron sin hombres profundos, pero con intenciones diferentes que ante Croacia. Silva abierto en el costado derecho y la voluntad rotunda de confeccionar por la izquierda para liberar el costado que la propia Francia regalaba. De este modo, los cuartos de final enseguida quedaron en manos de la inteligencia táctica de los jugadores.

El gol compendió lo que estaba sucediendo: se volcó Xabi Alonso hacia la izquierda, retrasó Iniesta su posición como amagando con no querer atacar, cedió por un pasillo abierto para el galope de Alba y su centro exacto lo remató Alonso, iniciador del movimiento. El resto fue congelar. La selección que ganó la Eurocopa 2008 por 1-0 y los octavos, cuartos, semifinales y final del Mundial 2010 por idéntico resultado, repite fórmula. Sin encajar un gol en eliminatoria directa en la anterior Eurocopa, ni en el Mundial ni en el presente torneo. Quizá no guste, pero es un modo de competir: congelar los tiempos. H