Tanto mirar al sur, tanto dudar de las gentes del Mediterráneo, tanto sospechar que somos nosotros, españoles e italianos, los deportistas capaces de hacer trampas, de cocinar nuestros exquisitos 'biscottos' y nadie, nadie, en esta triste historia de apaños injustificados, ha reparado que todo se debe a la actuación protagonizada por dos países, Dinamarca y Suecia, considerados, miren por dónde, modélicos en todo, los que, en la Eurocopa del 2004, acabaron su partido 2-2 y despidieron de la competición a Italia. Todo el ruido que han hecho mis compatriotas, en contra de mi opinión, de mis creencias, partía, cómo no, del comportamiento poco deportivo y censurable de dos países, de dos selecciones, de dos pueblos que, hasta aquel momento, habían lucido la etiqueta de impecables en todos aquellos parámetros que convierten a una sociedad y a su deporte en modélicos. Han sido ellos, con aquel lamentable 2-2, los que han provocado, ocho años después, que muchos italianos dudasen. Para unos, con razón; para mí, que he ganado, ¡gracias España! ¡gracias don Vicente! ¡gracias Iker, Gerard, Sergio, Xavi, Andrés, Niño-!, sin un solo argumento para dudar.

Porque lo lamentable, lo triste, de aquel 2-2 que ha provocado dudas en Italia sobre el comportamiento del mejor equipo del mundo, de la selección campeona, de un grupo humano tan brutal y exquisito como es el vestuario rojo, es que, en efecto, aquel 2-2 fue a todas luces un apaño. Y les contaré por qué. Ese empate fue, ha sido, el último 2-2 de la historia de la Eurocopa. Fue, ya ven, el delito perfecto. Desde entonces han pasado 60 partidos y no se ha vuelto a repetir nunca más ese 2-2. ¿Ya no dudan, verdad? Y ese 'biscotto', recuerden, fue obra de dos países, Suecia y Dinamarca, inmaculados.

Nada más comprobar que mi país dudaba puse el grito en el cielo. Hace seis años que vivo en España y he aprendido a no dudar de la gente. Y menos, mucho menos, de Del Bosque.