Purito ascendía como un rey y sentía que más que una corona en la cabeza llevaba una maglia rosa sobre la espalda. En Treviso, maravillosa ciudad oscurecida por su famosa vecina Venecia, lo habían aclamado. De allí partió la penúltima etapa por los Dolomitas. "Atacaré a falta de dos kilómetros". En el autobús del Katusha, lo que sería el vestuario del equipo de fútbol donde se prepara la táctica, habló el monarca de la ronda italiana. En Alpe di Pampeago, más corto pero más duro que otro Alpe más conocido, apellidado Huez, quería Purito noquear al canadiense Ryder Hesjedal.

Se sintió cómodo y maravillado cuando subió a Alpe di Pampeago la primera de las dos veces. Allí vio la pancarta que le indicaba que faltaban dos kilómetros a meta. "Este es el lugar", pensó. Comprobó los túneles, el asfalto y hasta se llenó de moral al escuchar el griterío, tanta gente como si el pelotón afrontara una jornada cargada de historia por los montes del Tour.

Andrea Agostini --el chaval que compartió pupitre en la escuela con Marco Pantani, ahora jefe de prensa de Purito como lo fue de su mejor amigo, el Pirata -- le había explicado cómo atacó el llorado escalador en 1999. Noqueó a todo el Giro, un día antes de ganar en Madonna di Campiglio, su última victoria, dos días antes de que no superara un control de sangre y entrara en un túnel sin salida.

Animado por las historias de Agostini, por el recuerdo a Pantani, porque le habían dicho "que sí, Purito, que es tu puerto", aspiró un último gel, glucosa para sus músculos, y miró de reojo a los rivales previsibles, a los italianos, a Michele Scarponi, ahora tercero de la general, y a Ivan Basso, cuarto. Si Hesjedal no existiera, ya tendría la carrera ganada, por mucho Mortirolo y mucho Stelvio que queden, las paredes de la etapa reina de este Giro, que se ha hecho esperar hasta hoy, el penúltimo día. Pero el rival imprevisible es el más peligroso y el único que parece poder apartarlo de la ilusión, del esfuerzo y de esa maglia rosa que lleva como si fuera una corona. ¿Por qué tenía que atacar Hesjedal a falta de dos kilómetros para meta? ¡Pero si era el lugar escogido! Allí donde los aficionados lucían banderas con la calavera pirata. El canadiense miró atrás una, dos y hasta tres veces, sin comprender por qué Purito no respondía. Al final solo cedió 13 segundos. Fue tercero y hasta arañó un poco de ventaja sobre los previsibles, sobre Scarponi y Basso, el favorito que más notó la crisis en la segunda jornada por los Dolomitas.