Aseis días del inicio de Roland Garros, Rafael Nadal parece que lo tiene todo a punto. Se va de Roma como quería. Habiendo reconquistado y ganado por sexta vez el título en el Foro Itálico y ganándose el respeto del número 1 mundial, Novak Djokovic, al que derrotó en la final por un contundente 7-5 y 6-3, tomándose la revancha del año pasado.

Olvidada la tierra azul de Madrid, donde encajó la única derrota de este año en esta superficie, Nadal ha ganado por octava vez en Montecarlo, por séptima vez en Barcelona y por sexta en Roma. Desde que conquistó su primer Montecarlo en el 2005 es el indiscutible rey de un territorio en el que ha ganado 27 títulos, con 151 victorias y solo 5 derrotas en los últimos siete años. Ayer quiso demostrar ese dominio ante el último rival que se ha atrevido a ponerlo en duda: Djokovic.

MAS QUE UNA FINAL El número uno mundial, que le arrebató el liderato del circuito el año pasado en Wimbledon y que le había ganado hasta enero en Australia siete finales, volvió a morder el polvo ayer sobre tierra, como en Montecarlo, encajando ante Nadal la 13 derrota en esta superficie donde el serbio solo le ha superado dos veces, ambas en el 2011 en las finales de Madrid y Roma.

Por eso la final de ayer era algo más que una simple final. La victoria permite a Nadal recuperar el número 2 mundial y encarar Roland Garros con la confianza a tope. Para Djokovic era el momento de inyectar una dosis de temor en las venas de Nadal además de confirmar sus aspiraciones de conquistar por primera vez París.

Nadal y Djokovic se jugaban mucho en ese gran duelo esperado desde Melbourne y aplazado por la lluvia 24 horas. Ayer los dos jugadores libraron un duelo brutal, especialmente en la primera manga, que se resolvió a favor de Nadal después de una hora y 17 minutos de lucha.

Un set, igualadísimo, en una espectacular batalla de golpes lanzados desde cualquier rincón de la pista que levantaron la admiración de un público que no llenó las gradas del Foro Itálico. Djokovic pegaba y Nadal devolvía más fuerte. Y un final decidido por pequeños detalles, como el error de un juez de línea que, con 5-4 para Djokovic, cantó mala una bola buena del serbio que le daba un set ball y que tuvo que repetirse para su desesperación. O, en el siguiente juego, los dos errores no forzados que le costaron el saque al número 1 que acabó rompiendo la raqueta contra la silla del árbitro. Una ansiedad incontrolada que además le costó colocarse 0-2 de salida en el segundo set y precipitarse en un ataque sin sentido. París promete.