No es cuestión de caer en el positivismo más jacarandoso ni en la más profunda de las depresiones. Tampoco se trata de insistir sobre algo que, a fin de cuentas, ha ocurrido durante toda la primera vuelta que ayer se cerró en El Arcángel. Una primera vuelta para enmarcar. Con ajustes económicos, lesiones, falta de pegada, instinto asesino, gol o como quiera llamarse. Con todo eso, insistimos, el Córdoba de Paco Jémez cerró la mitad de la competición fiel, con sus luces y sus sombras, a lo que ha sido durante los 20 encuentros anteriores. Y aunque el mal sea constante, no es lo mismo terminar con el marcador a cero ante Nástic o Cartagena, por poner dos ejemplos, que ante el Celta de Vigo, conjunto que se gasta en tres o cuatro jugadores lo que la casa blanquiverde en toda la plantilla. A pesar de la calidad del equipo olivico, sobre todo del centro del campo hacia adelante, Paco Herrera dispuso sus piezas reconociendo la grandeza de este Córdoba, al que entregó el balón descaradamente. Y los de Jémez no se detuvieron ni a darle las gracias, ya que a los diez minutos ya habían dispuesto de dos ocasiones claras de gol. De hecho, durante una hora de encuentro el Celta se sostuvo en su defensa y, principalmente, sobre las manos de Yoel. No en vano, a los gallegos solo les han hecho un tanto en los últimos cinco encuentros. No parecía por tanto que el celtiña fuera el mejor rival para superar esa falta de pegada. Y, aun así, a punto estuvo de hacerlo.

El Córdoba se gustó en algunas fases de una primera mitad en la que Hervás, de manera intermitente, y Carlos Caballero, más constante, tuvieron la manija de su equipo y del duelo. Acompañados por Borja y López Silva más el respaldo que da tener un guardaespaldas como López Garai, los blanquiverdes fueron reduciendo progresivamente a un Celta que, ya de por sí, saltó al terreno de juego aparentando cierta pequeñez.

Paradójicamente, y es un dato a resaltar para el futuro como signo de crecimiento, las mejores ocasiones blanquiverdes no llegaron por un juego que por instantes rozó lo preciosista. El miedo para los gallegos entró a balón parado, tanto en un córner que peinó Patiño y cabeceó Gaspar, como en una falta en la esquina del área que López Silva botó con toda la picardía del mundo para que Yoel volara, evitando el gol que se cantaba ya en la grada.

El Córdoba se maneja bien por fuera y Caballero así lo entendió, abriendo aquí a Borja, allá a López Silva, acullá a Patiño, tan activo ayer en línea de tres cuartos como invisible en los metros finales. El madrileño se movía bien y agitaba a sus compañeros, que posiblemente se les quedó en el tintero buscarle las cosquillas al rival por dentro. A pesar de todo, esa primera parte debía guardarse en el arcón de los buenos recuerdos blanquiverdes en cuanto a juego. Además, ese acto culminó con una gran acción de López Silva, incisivo en la primera hora de juego. El onubense, con el ínclito Pino Zamorando mirando ya el reloj, acomodó el cuerpo al borde del área gallega y lanzó un disparo con toda la intención del mundo. Una vez superado Yoel el balón se estrelló contra el poste de la portería céltica. Aun con la preocupación al ver el cero en el marcador, que no se correspondía en nada con el juego de unos y otros, los 11.255 asistentes tributaron una sonora ovación a su equipo. Se podía marcar, sí, pero era complicado jugar mejor ante un rival tan cerrado atrás.

La segunda mitad comenzó como terminó la primera. El Córdoba continuaba haciendo una oda a la estética, un cuento al que solo le faltaba el remate final, valga la expresión. Y Herrera le vio las orejas al lobo. Eliminó referencias en ataque (David Rodríguez y Bermejo) para dar más empaque al centro del campo y mayor velocidad a las llegadas con Orellana más adelantado. Los locales, por su parte, intentaron mantener el envite y su apuesta por la posesión de balón, combinación, desborde y llegada. Durante unos minutos, con dos puntas, y luego con Borja como segundo delantero. Pero se acercaba ya el límite físico. Las ideas, antes claras en la línea de tres cuartos, iban desapareciendo y, a su vez, llegaban las consiguientes pérdidas de balón.

Eso precisamente era lo que buscaba el Celta y lo tuvo. En el último cuarto de hora el Celta acumuló casi tantas ocasiones (aunque no tan claras) como el Córdoba en el resto del encuentro. La entrada de Joan Tomás, principalmente, y Toni, así como la velocidad de De Lucas y Orellana parecieron transformar aquel equipo empequeñecido de la primera mitad en, al menos, un equipo con ideas. Así, los de Herrera fueron mostrando las garras progresivamente en esos minutos finales, pero sin dar el zarpazo definitivo, que hubiera sido un mazazo para todo lo mucho plasmado por el Córdoba sobre el césped de El Arcángel y un excesivo premio para un Celta que se mostró demasiado timorato, básico, esquemático, rudo en ocasiones en lo que a juego se refiere. Demasiado feo para el potencial de los gallegos que, visto lo visto, hace aumentar las esperanzas de los blanquiverdes en su lucha por las eliminatorias de ascenso. La estética, el buen trato de balón y la satisfacción en cuanto a fútbol fue seña de identidad del Córdoba. El Celta se llevó el punto por el que vino. La bella siguió siéndolo y la fea bestia logró su objetivo.

Ficha técnica:

0 - Córdoba: Alberto, Fernández, Gaspar, Tena, Fuentes; Borja, Hervás (Pepe Díaz, m. 64), López Garai, López Silva (Quero, m. 75); Caballero; y Patiño (Fede Vico, m. 70).

0 - Celta: Yoel; Hugo Mallo, Oier, Catalá, Bellvís; Oubiña, Alex López (Cristian Bustos, m. 63); Quique de Lucas, David Rodríguez (m. 53), Orellana; y Bermejo (Joan Tomás, m. 53).

Árbitro: Pino Zamorano (Colegio castellano-manchego), que amonestó al cordobesista Carlos Caballero, así como a los célticos Álex López, Toni, Cristian Bustos, Bellvís y De Lucas.

Incidencias: Partido disputado en El Arcángel, con terreno de juego en irregulares condiciones, ante 11.255 espectadores, la mejor entrada en lo que va de liga. Se guardó un minuto de silencio por el fallecimiento de la madre del jugador del Córdoba David Cerra. La gimnasta Lourdes Mohedano, tras lograr con España la clasificación para los Juegos de Londres 2012, hizo el saque de honor.