Desde el 10 de diciembre la vida no ha cambiado por el Bernabéu. Llega el Barça y se lleva la victoria para sonrojo de Mourinho, que sigue sin dar con la tecla. Ni con una alineación de rebajas (Carvalho no jugaba desde septiembre y Altintop no parece tener nivel). En el noveno clásico entre Mourinho y Guardiola, los números vuelven a ser apabullantes: cinco triunfos azulgranas, tres empates y una derrota. Toda una afrenta para la estructura del Madrid y la pizarra de su técnico, que volvió a saltar por los aires en la enésima oportunidad de cumplir el papel de anti-Barça que se le encargó.

El Bernabéu sigue sin llevarse una alegría cuando por Concha Espina pasa el Barça. El actual campeón de la Copa recibió una estocada mortal. Volvió a sucumbir y dejó las mismas señales que le identifican como un equipo menor. No le alcanzó su errático fútbol ni sus artimañas. Una vez más, Pepe volvió a hacer de las suyas. Ubicado en el centro del campo, volvió a dar un recital de lo que no se debe hacer en un campo. Repartió pisotones y una amplia gama de golpes. Luego hizo teatro del malo hasta completar otra entrega lamentable y convertirse de nuevo en el punto negro del partido. Pepe volvió a resumir la frustración de un equipo acomplejado que se apaga cuando se mide a su gran rival. Vio una tarjeta amarilla y pudo dar gracias de poder terminar el encuentro.

Gol de Ronaldo

Tampoco fue una noche completa para Ronaldo. El portugués salió dispuesto a congraciarse con el público del Bernabéu después de haber escuchado los pitos del público en el último clásico y en el encuentro ante el Málaga de octavos de final de Copa. El madridismo le espera, sobre todo, en partidos de máxima exigencia. El intocable de Mourinho, que reta a todo aquel que se atreva a tocar al astro portugués, abandonó esa geometría altiva, esa pose ególatra en la que suele aglutinar a su alrededor todo el universo de un partido. Con un traje diferente, se metió en el encuentro para dar otra versión, la del jugador que busca la asociación por encima de esas batallas imposibles. En su undécimo partido contra el Barcelona firmó su cuatro gol. El de anoche congregó a los mismos protagonistas que en el final de Copa de Valencia: Pinto y Cristiano. Esta vez no se midieron en un balón alto, sino a ras de césped y el portugués volvió a salir vencedor.

El público celebró el tanto por todo lo alto. Fue como un reencuentro entre una afición exigente y un jugador que parece entender que en su fútbol también puede haber una cara B. Tanto, que en su empeño por recuperar la fe de la hinchada, a Ronaldo, que llevaba dos partidos sin marcar, se le vio defender y pelear los balones en el suelo. Ayudó a Coentrao en la izquierda y buscó la asociación con Benzema e Higuaín.

Todo eso lo hizo en los primeros 45 minutos. Luego todo cambió con el gol de Puyol, en otro error en un balón por alto de la zaga blanca. Después de eso, ni el portugués encontró la vía para sobreponerse al empate azulgrana ni el Madrid respondió con más jerarquía que la de entrar en una guerra de guerrillas en cada acción. Incluso llegaron los pitos, esta vez para Casillas por rifar el enésimo balón a la hora de juego.

Tampoco el plan B de Mou, con zil y Callejón. Buscaba un golpe de efecto para no dejar al Bernabéu con las ganas de verle ganar por primera vez al Barça en La Castellana, lo que sigue sin suceder tras siete clásicos (cinco victorias azulgranas y dos empates). Otro agujero de José Mourinho.