Cuando a un equipo, esté en la categoría que esté, llega un tercer entrenador y además lo hace cuando apenas han transcurrido cuatro meses y medio de competición, el diagnóstico no puede ser bueno, precisamente. El Tenerife comenzó su proyecto en Segunda, superada ya la etapa Oltra, con el firme propósito de regresar a la máxima categoría en el menor tiempo posible. Pero todo comenzó torcido. Con apenas cuatro jornadas disputadas, un técnico como Gonzalo Arconada era destituido de manera abrupta. El donostiarra se marchó y señaló directamente a su segundo, Antonio Hernández Toño , de ser el responsable de su repentino despido y de "alta traición". Tras Arconada, Juan Carlos Mandía. El que fuera jugador del Córdoba no arregló en demasía la marcha del equipo, que había entrado en una dinámica de nervios, presión por el objetivo del ascenso y derrotismo cuando apenas se llevaban disputadas una decena de jornadas. El presidente chicharrero, Miguel Concepción, aguantó a Mandía hasta el derbi, ante el conjunto de Paco Jémez, celebrado una semana después del triunfo blanquiverde en el Gran Canaria. El empate in extremis logrado por los amarillos fue el canto del cisne de Mandía, que sería sustituido por Antonio Tapia. El baenense ya tuvo a sus órdenes en el Polideportivo Ejido a Fernando Usero y a Miguel Angel Tena y parecía que iba a imitar en Tenerife su llegada al Málaga en la 2004/05, cuando reemplazó a Gregorio Manzano.

Empató en casa con el Girona, ganó en Salamanca, se impuso al Rayo en el Heliodoro, pero a partir de ahí, las dudas y la racha mala final, que le ha llevado a encajar tres derrotas consecutivas en otras tantas jornadas, exactamente igual que el Córdoba, aunque su equipo con muchas más dudas, entre ellas, comprobar pasado mañana si el efecto Tapia se limitó al primer mes en el cargo.