No está el Barça para perder el tiempo. Ha empezado la nueva Liga como acabó la pasada, con un juego brillante y un Messi descomunal, escoltado por un Iniesta deslumbrante mientras Villa, para no perder la costumbre que tenía en el Valencia, también marcó su gol en un contundente triunfo sobre un asustado Racing. Ya empezó perdiendo el partido y cuando quiso darse cuenta donde estaba --en su casa y ante su gente-- miró el marcador (0-3) y comprobó que no tenía nada, absolutamente nada, qué hacer. Si acaso, mirar y aplaudir al Barça.

Esa es la grandeza del campeón. Asusta solo verlo. Ayer, y condicionado por los problemas físicos de Puyol de última hora (salió de la alineación inicial minutos antes de empezar por unas molestias físicas), Guardiola exhibió rasgos del viejo método, con nuevas normas. Rotación para Pedro y Piqué, los dos únicos mundialistas que se quedaron en el banquillo. Viejo método porque la idea de fútbol, aglutinarse alrededor del balón sin que nadie tenga posiciones fijas, se mantiene indiscutible. Y nuevas normas porque la presión que exhibió el Barça evocó a los primeros meses de Guardiola, retratando el insaciable hambre de estos jugadores. En cada pelota, le iba poco menos que la vida.

No es casual que a los dos minutos de partido fuera ganando. No es casual, por tanto, que el Racing se sintiera intimidado. Y no únicamente por el color de la camiseta sino por el juego, agresivo y contundente cuando no tenía la pelota, y fluido y vertical cuando la poseía. Con Messi jugando de delantero centro, Villa inclinado a la banda izquierda e Iniesta haciendo maravillas por todas partes, el equipo entró en la Liga a toda máquina. Para qué perder el tiempo en tonterías. Este equipo no solo está para ganar sino para dar espectáculo. No es casual, obviamente, que el público del Nuevo Sardinero se levantara en pie y se destrozara las manos aplaudiendo a Iniesta. Y no era solo por el gol de Johanesburgo sino por el partidazo que se marcó ayer.

Y VALDES PARA PENALTIS La gente ni se enfadó en Santander. Más bien estaba feliz, pese a la contundente derrota ante el campeón, porque había visto algo que no suele verse. Un Barça equilibrado, fue tan fiero en defensa como imaginativo en ataque, que liquidó el partido sin que el Racing le tosiera. De inicio a fin. Del gol de Messi al penalti parado por Valdés, prodigiosa mano la suya, pasando por el pulmón de Keita y la jerarquía de Busquets. Hay muchas cosas por mejorar en el equipo, eso debe estar pensando ahora mismo Guardiola. Pero teniendo en cuenta la fecha del calendario, finales de agosto y con un titulo en la mano (la Supercopa), es obvio que el Barça tiene prisa por demostrar su hegemonía.

Basta ver a Messi. No solo en su extraordinario gol --una sutil vaselina con la pierna derecha para dignificar el pase de Iniesta-- sino por la incansable presión que ejerció como primer defensa. Era el nueve y el central. Todo en una diminuta figura. Si Messi corre como corre, los demás no pueden quedarse atrás porque saldrían desfigurados. Con el mejor del mundo desgastándose como si fuera un obrero más, el resto siguió al instante el ejemplo. Y el Barça, en un santiamén, tenía el partido en el bolsillo, sin dejar margen alguno a los errores. Hubo, eso sí, algunos despistes, pero nadie dio el encuentro por ganado con su actitud.

A partir del balón, el Barça se organizó dentro del desorden. ¿Existe eso? Sí, claro. Cuando Iniesta tenía la pelota, los demás multiplicaban su movimiento para ofrecerle infinitas opciones de pase. Lo mismo pasaba con Xavi. También con Busquets, incrustado entre los centrales, como si fuera el primero en abrir la puerta de salida de la pelota. Y, por supuesto, con Villa. Todos juntos, todos dispersos. ¿Y el Racing? Ni se enteró de la película. Solo supo lo que había sucedido cuando el estadio entero decidió ponerse de pie para despedir a Iniesta como se merecía.

En ese aplauso quedaba resumido el aplauso al Barcelona, un equipo que se mostró fiable atrás. Ayer, Valdés fue tan importante, y tan valioso, como Messi.