David Barrufet (Barcelona, 1970), más de dos décadas jugando a balonmano a tope, 280 veces internacional, mejor portero del mundo en el 2001 y 2002, ganador de siete Copas de Europa, once Ligas, dos Recopas, nueve Copas del Rey, cinco Copas ASOBAL y un montón de títulos hasta alcanzar, casi, los 80 cetros ("puede que este, más o menos, en los 75 o 76 títulos"), heredero de aquellos míticos porteros que se llamaron Perramón, Pagoaga o Rico, llegó ayer a su casa con su último trofeo bajo el brazo y el primero que le salió al paso fue su hijo Ian, de cinco años, que, ante la mirada atónita de su hermana Noa, de ocho, le soltó a su padre el siguiente saludo antes de besarle: "Papa, ¿per què vas fer el mico? --Papá, ¿por qué haces el mono?--". Barrufet, como todos sus compañeros, claro, empezó a saltar como un poseso nada más recibir la Copa ASOBAL y a su hijo le pareció aquello algo demasiado circense al tratarse de todo un hombretón. "Le dije que estaba tan contento como él cuando va al cole", cuenta Barrufet entre carcajadas. "Fue una final apasionante, pese a los árbitros, que nos castigaron, incomprensiblemente, con 14 expulsiones por cuatro del Ciudad Real. Excesivo". Barrufet, que ayer se fue de vacaciones a Laponia, vive al día, disfruta al minuto y se entrena con la misma pasión que lo hacía, hace 25 años, en el patio del SAFA (Sagrada Familia de Horta) cuando, de vez en cuando, se le acercaba el entrenador de baloncesto y le decía que se pasase al basket. "Jamás harás nada en esto del balonmano". Y suerte, decía ayer el gigantón azulgrana, que no se pasó al baloncesto. Este hombre hace mucho tiempo que dejó de contar los títulos. Y no porque los acumulase con enorme facilidad, no, sino porque la única manera de seguir sumando es olvidarse de lo ganado y centrarse en la siguiente conquista. "Puede que suene a topicazo pero lo importante en esta vida es tener ilusión y no solo para entrenarte, tarea muy dura cuando tienes 39 años, sino para mantenerte vivo y, sobre todo, sentirte útil. Por eso me hizo tanto, tantísima ilusión que, en la privacidad del vestuario de Córdoba, lejos de las cámaras y el público, mis compañeros me manteasen. Ese sí es un reconocimiento, ¿verdad?".