Sacar conclusiones positivas tras la primera derrota en casa, después de un partido vivido con una sensación térmica de unos dos grados --más o menos como si hubiéramos estado en Albacete--, en el que solo se tiró una vez a puerta, en el que se lesionó el máximo goleador del equipo y que rompe una racha de siete jornadas sin perder parece una empresa demasiado difícil. Sin embargo, aunque muy pocas, las hay. Y, dada la clasificación, no está de más no hacer sangre en un día en que sería muy fácil dejarse llevar por todo lo malo que se vio sobre el terreno de juego de El Arcángel.

Mientras los jugadores del Albacete ganaban el vestuario más felices que unas Pascuas, nunca mejor dicho, Koki llegaba triste por primera vez en esta temporada a la habitación en la que se convierte de nuevo en ser humano. "Te lo dije, te lo dije", le recordaba un empleado del club albaceteño a Stuani, un jugador, en una palabra, impresionante. Entonces comenzaban toda una serie de gritos y sonidos de toda índole y condición de aquellos que fueron capaces de vencer al invicto.

Hacer un análisis en caliente de lo ocurrido parece en este momento completamente imposible, más que nada por el frío, que no es invernal, sino lo siguiente. Es preferible, siguiendo con el comienzo, quedarse con que El Arcángel ha descubierto a un nuevo futbolista para la causa blanquiverde, identificado ya como "el chiquitillo" o "Messi", que se llama Damián Lizio y que dejó algunos detalles de calidad y velocidad, esa que ya ven de lejos otros. Es joven y tiene ganas. Así quedó reflejado en sus primeros minutos oficiales con la camiseta blanquiverde. Sus credenciales fueron regates, en ocasiones excesivos, y algún buen pase que al menos alegraron la vista al personal.

El otro punto gratificante tiene por nombre András Simon. El húngaro ya debutó ante su afición ante el Hércules, pero en esta ocasión disfrutó de toda la segunda parte. El delantero mostró que tiene capacidad para aportar cosas distintas y que su entrada en el equipo puede ser interesante.