No todo lo que mal empieza, acaba mal. Casi nunca el Barça se traiciona a su estilo. Y sí es lo que es, un equipo de referencia mundial, se debe a ese fanatismo en tener la pelota y derrotar a todo aquel que se le ponga por delante. Incluso al digno Atlante, que se adelantó en la semifinal, pero terminó siendo bailado después de una soberbia segunda mitad. Y la sensación de que no solo gana cuando las cosas van bien sino también cuando él mismo se las complica. Lo malo del principio (horrible media hora inicial) y lo excelente del final, resucitando con la pelota en sus pies.

El Barça empezó de pena. Parecía que no había llegado todavía a Abu Dabi. Nada más iniciarse el encuentro, un gravísimo error defensivo de Márquez , el azulgrana, dejó vendido a Valdés ante un rapidísimo Rojas. De la nada, el Atlante ya ganaba. De la nada o para ser más exactos del fútbol más primitivo. Un pelotazo de Vilar, su portero, desde la punta derecha del campo mexicano recorre el cielo de Abu Dabi, mientras Márquez no mide bien la distancia para dejar al campeón de Europa al borde del abismo. A partir de aquí, muchos minutos de angustia.

ONCE INEDITO Todo era nuevo. Con Messi en el banquillo, Guardiola apostó por un once sorprendente. La base del equipo era la misma. Pero nunca habían jugado juntos en esta temporada. Esa defensa, integrada por Alves, Márquez, Puyol y Abidal, era inédita, como el trío del centro del campo (Touré de pivote defensivo, Xavi de interior derecho y Busquets de interior zurdo), al igual que la delantera, con Iniesta de extremo derecho, Ibrahimovic de delantero centro y Pedro como extremo izquierdo. O sea, parecía que no habían grandes cambios, más allá de la lógica suplencia de Messi o el descanso preventivo para Piqué.

Pero el fútbol sí que notó esas sustanciales modificaciones porque el centro del campo no mezclaba bien la pelota y el ataque se desesperaba, además de que la defensa sufría.

EL JUGADON DE INIESTA Así, con ese equipo, el fútbol carecía de creatividad. Hasta que llegó el cambio que cambió todo. No solo porque entró Messi sino porque el Barça se organizó. Entonces, se miró al espejo y se reconoció. Sí, era él. El equipo que acaba aplastando a cualquier rival porque primero le quita la pelota y después lo baila. Basta recordar el jugadón de Iniesta, un funambulista bailando sobre el césped en la jugada del gol de Pedro. Antes Ibra y Messi habían demostrado que no necesitan ni hablarse porque al minuto de que entró en el campo, Leo ya había marcado. Así sucedió después con Andrés, el mago. La pelota por aquí, la pelota por allí y el Atlante no sabía ni donde estaba cuando Pedro firmó el 3-1 y la resurrección. Cuando el Barça fue realmente el Barça.