Es un hecho que la afición disfrutó del partido más completo disputado hasta la fecha por el Córdoba CF en El Arcángel, que contó ayer con un ex blanquiverdes en la grada de Anfiteatro como Miguel Angel Portugal. Pero el foco de atención estaba en Lucas Alcaraz, que vivió intensamente el choque desde Tribuna, justo detrás del banquillo. A ratos contenido, y a ratos desatado mientras se desgañitaba en una tensión que aumentaba a medida que el pitido final se acercaba, como queriendo cerrar cualquier fleco para la siguiente jornada.

Esta coyuntura de ubicarse el rector de la plantilla entre el público propició su encuentro con uno de los aficionados más populares, Paíllo, conocido como El Rey del Bocaíllo. A fin de cuentas, el chamán de El Arcángel, ese individuo que en las tribus es depositario de una magia capaz de restituir el equilibrio ante una situación desconocida, de peligro. En este orden, Lucas Alcaraz simboliza el líder terrenal, atento a la realidad. Es como una colisión de lo irracional con lo racional, de lo esotérico con lo real.

Cada uno cumplía su función. Lucas se santiguó con el pitido inicial de cada parte y daba instrucciones a Pierini y a sus pupilos continuamente. Paíllo, que entró por el vomitorio de Tribuna en el minuto 6, portaba sus característicos abalorios y su amuleto de gurú, esto es, un bocadillo de grandes proporciones. Nuestro chamán ocupó un asiento cercano al líder, que permanecía en pie mirando hacia el terreno de juego. Y en el minuto 11 se produjo el cruce de miradas entre los dos. Un minuto después marcaba el Córdoba el primer tanto.

Ambos son representantes de dos mundos opuestos, pero complementarios. Desde el punto de vista tribal, Lucas estaría vinculado a la realidad de los adultos, pues se desenvuelve en el estricto dominio de quien está desempeñando su trabajo. Con todo, es capaz de despertar la admiración de algún pequeño al que guiñó el ojo en el descanso cuando llamó su atención. Mientras tanto, Paíllo estaría conectado al territorio de los sueños y la imaginación, donde los niños empiezan a construir su mundo. Esos mismos infantes que lo rodean cuando se acerca el intermedio, esperando un trozo de ese extraordinario bocadillo de chorizo, salchichón y mortadela que cada domingo reparte. Esos mismos niños que cuando sean mayores les contarán a sus hijos que había un hombre que les daba de comer en El Arcángel.