José Muñoz también hizo ayer la mudanza. A José no se le conoce apenas, pero es adorado por todos los que pisan a diario el Camp Nou. Lleva un cuarto de siglo trabajando en el Barça y hace ya 23 años que está en la puerta del vestuario del Camp Nou. José ha visto desfilar pocos presidentes --entró con Núñez y sigue con Laporta--, decenas de entrenadores y cientos de jugadores, pero nunca había salido del estadio en jornada laboral. Ayer, siguiendo la senda de Pep Guardiola, José estrenó un austero despacho en la Ciudad Deportiva Joan Gamper de Sant Joan Despí.

Ya con pelo canoso, eficiente como de costumbre, el conserje del vestuario estaba ayer contento. Como el Barça. No solo por la extraordinaria marcha del equipo, sino porque tiene casa nueva. Abandonará, pero no para siempre, la oscuridad del estadio para descubrir otro horizonte en Sant Joan Despí, el hogar del equipo de Guardiola. El técnico, tan cuidadoso con los detalles, ha querido reproducir en la Ciudad Deportiva lo que ya tenía en el Camp Nou. Están los mismos, pero más juntos. Más cerca si cabe. Por eso, José irá siempre con ellos. Durante la semana controlará en Sant Joan Despí; luego, volverá al estadio.

Ayer, en el estreno del nuevo hogar, no faltaba nadie. En el campo 1 estaban Guardiola y los jugadores. La plantilla, al completo, excepto el lesionado Milito, que aún sigue en Argentina. El césped, con el mismo tipo de hierba que la del Camp Nou, parecía una alfombra. Estaba perfecto. Arriba, en la grada, observando el primer día, se distinguían las figuras de Txiki Begiristain, el secretario técnico del Barça; Raúl Sanllehí, el director de fútbol, y Manel Estiarte, responsable de relaciones externas del club. O sea, todo el fútbol del Barça reunido en pocos metros. Abajo, los futbolistas que deslumbran y el guía que los dirige; arriba, la estructura técnica. Antes de empezar, un gesto protocolario. La plantilla felicitó, con un día de retraso, a Guardiola por su 38 cumpleaños. Como no se vieron el domingo, día de la efeméride, lo hicieron ayer.

Después, a trabajar. ¿Cómo Como siempre --rondos para mimar el balón--, pero mucho mejor que antes. "Es fantástica la ciudad deportiva, es impresionante. Ya era hora. Tenemos unas grandes condiciones para trabajar, hemos mejorado muchísimo, aquí hay un montón de campos. Además, me pilla cerca de casa", comentó ayer Dani Alves, otro de los rostros felices que iluminan al Barça.

Cuando el brasileño apareció por el Camp Nou, se vivía la tempestuosa semana previa a la moción de censura --quedaban cuatro días para que los socios decidieran el futuro de Laporta-- y el precio (29,5 millones de euros) le convirtió en el tercer fichaje más caro de la historia del club. "No se había pagado tanto por un lateral porque nadie daba su rendimiento. Es un jugador determinante", dijo entonces Txiki. Pero nadie reparó en ese detalle. Ahora, en cambio, todos suscribirían esa afirmación, entregado como anda el barcelonismo a un jugador singular. "Soy un currante. ¿De dónde saco tanta energía Fluye de mi cuerpo porque soy feliz. Me siento muy a gusto", explicó el brasileño.

Tan a gusto que ya nadie pregunta por su precio. Ni siquiera se debate sobre la continuidad de Laporta, quien vive los dos últimos años de su mandato con la calma que le proporciona el trabajo de Guardiola. De la moción de censura al insólito récord de la Liga en la primera vuelta conquistado en seis meses vertiginosos.

"Estoy muy sorprendido por la humildad que tiene el grupo", dijo el brasileño, feliz de haberse superado a sí mismo. "El Alves del Barça es mejor que el Alves del Sevilla. Antes admiraba a estos jugadores; ahora juego con ellos". Y ellos con él.