El campo ya ni existe. El viejo Saint Jakob Stadium, un templo para el Barcelona porque allí inició la era de los éxitos, ha dado paso a un complejo nuevo, con un hotel, un centro comercial, aparcamiento y hasta pisos que aprovechan una de las tribunas del otro Saint Jakob, inaugurado en el 2001 después de casi 140 millones de euros de inversión. El viejo campo, construido en 1954, fue demolido y la competición tampoco existe. Nada es igual después de 30 años. Por no jugarse, no se juega ni la Recopa, pero cada vez que el Barça se asoma a Basilea emprende un largo y emotivo viaje al pasado.

Más allá de la pacífica movilización masiva, más de 30.000 culés cruzaron Europa en unos años en los que todavía había fronteras y las comunicaciones eran difíciles, el barcelonismo descubrió el camino hacia la modernidad. "Antes solo se pensaba en ganar la Liga, pero desde aquel triunfo en Basilea nos dimos cuenta de la trascendencia que tenía ganar títulos europeos", contó ayer un reflexivo Carles Rexach, uno de los héroes de aquella final ganada al Fortuna de Düsseldorf tras un partido agónico (4-3), con prórroga incluida, y penalti fallado por el propio Rexach, algo insólito. "Nunca se podrá olvidar lo que vivimos aquí", asiente emocionado Juan Manuel Asensi, el capitán que levantó la copa. No era el más viejo de la plantilla ni tampoco el que más años llevaba en el club. "El se llevaba mejor con el míster", bromea Charly.

No hablaba de Quimet Rifé ni tampoco de Toni Torres, el tándem técnico que se sentó en el banquillo para dirigir al Barça, presidido entonces por Josep Lluís Núñez (era su primera temporada). Cuando Charly hablaba del míster se refería a Rinus Michels, con quien él tenía "algún que otro problema". No, ya no estaba Cruyff en el Barça cuando se conquistó la Recopa.