Al entrar ayer en el Miniestadi, acompañado de Valdés, uno de sus mejores amigos, Andrés Iniesta sonreía. Pero tampoco de forma extraordinaria. Con naturalidad, sin darse importancia. Sencillo, discreto, como es él, ajeno a la inacabable lluvia de elogios que ha recibido desde que el miércoles marcó en Bélgica un gol estratosférico. Un gol mágico porque contenía la esencia de Laudrup, Romário y Butragueño en apenas tres segundos prodigiosos, con cinco toques inolvidables. Tan excepcional resultó el gol que hasta O Rei Pelé se inclinó ante el talento de un joven de 24 años cuya evolución es asombrosa. "Hace tiempo que está jugando un gran fútbol, es muy inteligente", afirmó el mítico 10 de Brasil.

Cada vez que se ve el gol de Iniesta es mejor. Mucho mejor. Siempre se descubre algo original. En la recepción del pase de Cesc --dejó correr la pelota para burlar a dos atónitos defensas belgas--, en el primer toque con la punta de la bota derecha para quitarse de encima al portero, en la croqueta laudrupiana --uno de sus ídolos de la infancia, junto a Guardiola-- y en el recorte final, ganándole espacio al campo, que se le echaba encima, y al último defensa que pretendía frenarle. Ingenuo. "Ha sido uno de los goles más bonitos de mi vida. Al final todo salió perfecto. El regate, uno de mis favoritos, el remate, el defensa que no llegó... Perfecto. Estoy muy feliz", contó Iniesta para relatar su obra de arte. Sin alardes. Sin presumir.

Los elogios le llovieron de todas partes. Hasta José Luis Rodríguez Zapatero se rindió a su magia. "Menudo gol de Iniesta. Lo he visto esta mañana y es impresionante", dijo el presidente del Gobierno. En el Miniestadi, Guardiola, antes de empezar a trabajar, se le acercó para felicitarle.