Los aficionados españoles querían vendetta , una palabra de uso habitual en el diccionario italiano. Pues llegó la mejor de las vendettas . El sueño de cumplir con la mágica palabra consistía en pasar factura a los azzurri , y de las gordas. Y así fue. Pero costó mucho, y los hinchas cordobeses que veían el partido en su terraza preferida siempre pensaron en lo peor. Creían que al final el latigazo italiano llegaría. Que el guión se encaminaba hacia el mismo final. El de siempre. El de tantas y tantas frustraciones.

En uno de los bares más concurridos del barrio de Ciudad Jardín un aficionado no paraba de decir que todo lo que veía a través de la pequeña pantalla ya lo había visto antes. "Nos ganarán al final, de rebote, en la prórroga... o en los penaltis". Cada ataque italiano se hacía eterno. En cada acción dentro del área de Casillas aparecía la cara del miedo. El pesimismo era total con una España que mantenía su filosofía de toque y ataque, la misma con la que había quemado etapas anteriores. La que le había condenado a lo largo de su historia a ser la eterna promesa. Por eso el gran publico estaba asustado.

Sin embargo, en los bares siempre hay valientes que levantan la voz, y uno dijo: "Abraham Paz hoy es italiano". La voz salía desde el fondo de la barra. Era el tipo solitario, con melena rubia y gorra blanca. Con una camiseta de naranjito , y un buen vaso de whisky en copa de balón. Se hizo un pequeño silencio. Apuró la calada del cigarro, y sentenció: "No me miréis así, luego veréis". España acababa de llegar a la prórroga, y allí, entre esas mesas con decenas de personas, nadie pensaba en eliminar a Italia. Era todo pesimismo. "Será lo mismo de siempre. No hay que tener miedo, sólo la conciencia de que va a ocurrir lo que tiene que ocurrir", comentaban. Y mientras empezaba la prórroga, atravesé la ciudad para vivir los últimos minutos junto a una veintena de italianos, que se habían cogregado en un pub... irlandés. Y Córdoba más desértica que nunca, con el ruido de las casas, de los "uuuyyys" desde los balcones. El sudor pegado a la frente. Sin embargo, esos italianos con banderas y camisetas, reían y reían. Parecían contagiados de la historia y cada sorbo al vaso sabía a triunfo. Llegaron los penaltis. Otro sorbo al vaso con sabor a triunfo. Esa imagen altiva que provocan cuatro títulos mundiales, que intimida al español nervioso, al perdedor clasico. Eran ellos, italianos puros burlándose en tu casa. Pero no era el día de Buffon, era el de Casillas. Era el día en el que la historia cambió: Italia, che pecatto! Fuori al rigori.