Córdoba regresa a Segunda A con jerarquía y un capital incalculable: una masa social entregada y con un hambre de fútbol insaciable, que ayer volvió a dar ejemplo, esta vez en Huesca, porque nadie dudaba de que las calles de Córdoba iban a bailar en riada al son del himno de Queco; una plantilla heroica, sacrificada, que se ha ganado el derecho de sentar las bases del nuevo proyecto, y todo bajo la dirección técnica de un cordobés, Pepe Escalante --en su segundo ascenso a Segunda A con el Córdoba en ocho años--, que ha pasado, injustificadamente, por un verdadero calvario interior en el tramo decisivo, y un consejo de administración eficaz, comandado por un presidente que es historia viva del cordobesismo, Rafael Campanero, que está empeñado en ver a su equipo en Primera en el plazo de tres años. Con todo en contra antes del inicio de la fase, después de una Liga ejemplar, todos merecen la admiración del cordobesismo.

La de ayer fue, sin duda, la final más plácida de la historia del club. A nadie se le escapa que el ascenso se ganó en El Arcángel en el partido de ida, con un 2-0 casi insalvable, y que solo fue cuestionado durante escasos minutos con el 1-0 en contra. Con el empate a uno, con diez jugadores sobre el terreno y a tres goles de la remontada, el Huesca se entregó a la fiesta cordobesa en su propio estadio.

El Córdoba acompaña desde hoy en la Liga BBVA al Eibar, Sevilla Atlético y Ferrol, los otros tres conjuntos de Segunda B que han conseguido escapar del olvido.