La sonrisa de José Miguel Echávarri, ayer en la meta de Macon, delataba una dosis de felicidad. ¿Optimismo? ¿Fe? ¿Confianza? Da igual. La sonrisa del hombre que condujo a Pedro Delgado y a Miguel Induráin a ganar el Tour se producía mientras vigilaba la bicicleta del jersey amarillo, Oscar Pereiro, en la parte trasera del podio. Seguramente era la imagen de la felicidad, del sueño. Seguramente no quiere despertar del mismo, como su pupilo. Saben que hoy es muy difícil. Imposible, según la prensa extranjera. Pero Echávarri, viejo estratega, soñador con los ojos abiertos, se encogía de hombros y miraba a Pereiro de reojo. Volvía a sonreír: "Imposible no hay nada. ¿Qué Landis nos encontraremos? ¿El de la Toussuire? ¿El de Morzine? Ya se verá".

El Floyd Landis que hizo estallar el Tour en mil pedazos camino de Morzine parece imbatible y un más que serio candidato a adjudicarse hoy la victoria definitiva en el Tour más loco y divertido de los últimos años. El Landis que sufría, que apenas podía pedalear, que sudaba y que se quedaba clavado subiendo a La Toussuire sería un corredor mediocre, nada en especial. Seguramente, escribiendo con realismo, sin el corazón, solo valdría la pena decir que no hay nada que hacer, que hoy se acabará el sueño de Pereiro y también el de Carlos Sastre por apuntarse la victoria final. Y hasta se podría añadir que el ciclista gallego correrá hoy la contrarreloj final con el amarillo prestado por Landis.

EL SUEÑO Pero si Echávarri sonríe, si Echávarri afirma que "hay que jugar las cartas" y que "a ver si pasa algo que nadie puede esperar", pues por lo menos merece la pena seguir soñando, al menos hasta las 5 de esta tarde. Hasta esa hora, Pereiro será el primero de la general y Sastre, el segundo. Ambos juegan en territorio adverso, porque Landis es aparentemente mucho mejor que ellos en una contrarreloj.

Los precedentes tampoco juegan a favor de la pareja española. Pedro Delgado, en Dijon, entregó el Tour de 1987 en una situación similar ante Stephen Roche. Claudio Chiappucci, en el lago de Vissivi¨re, en 1990, también cedió el amarillo a Greg Lemond tras perder la batalla del cronómetro. Ambos, Delgado y Chiappucci, defendían su reinado con apenas unos segundos, como les sucede hoy a Pereiro y Sastre.

Por si fuera poco, 57 kilómetros, excesivos, es una distancia que puede convertirse en una trampa hasta para el mejor de los especialistas cuando llega, a un día de París, con el cuerpo castigado, sin la ayuda del equipo, valiéndose de uno mismo y luchando hasta contra las inclemencias del tiempo. El parte metereológico indica que existe el riesgo de una fuerte tormenta de verano justo en el instante en el que estén en carrera los 10 primeros de la general. Una tormenta frenó a Jan Ullrich en el 2003, en Nantes, en su empeño por privar a Lance Armstrong de ganar su quinto Tour.

Las cartas están sobre la mesa y Echávarri quiere jugar la mano. Pereiro acepta el reto. Landis tiene varios ases escondidos. Los viejos cronistas de ciclismo dirían aquello de que el jersey amarillo da alas. Sastre, además, se muestra confiado porque sabe que, si falla el estadounidense, él aventaja a Pereiro en la lucha contra el cronómetro. Por eso, merece la pena sentarse hoy ante el televisor.