A uno que se sienta en lo más alto del anfiteatro, y que la experiencia le confiere un grado de atención máxima cuando habla, y ni que decir la credibilidad de las horas de césped y albero que lleva entre pecho y espalda, puro en ristre, le molesta cuando otro que tiene a su lado le critica una y otra vez, y con argumentos extendidos, al aficionado cordobés, al equipo, a la directiva, a la prensa, a todo lo que tiene a menos de un metro cuadrado de espacio vital. Pero ven juntos el fútbol y son cordobesistas hasta las cachas.

Ayer, el inconformista --aunque los dos lo son a su modo-- veía el campo vacío: el fútbol, la racha, la tele... la retahíla habitual; el otro, dado a los razonamientos, creía que era un éxito meter a cinco mil en un campo con el frío que hacía, con el espectáculo que estaba dando el equipo en las últimas semanas y, además, televisado. Es decir, lo mismo que el otro, pero con la botella medio llena.

A y B --no dieron permiso a dar sus nombres, ni se les preguntó-- representan al cordobesismo puro: inconformista, pero siempre fiel. Más o menos optimista. Ayer, cinco mil blanquiverdes decidieron empujar como siempre a su equipo en una tarde que no invitaba a acercarse al estadio, en un partido clave para no descolgarse definitivamente de los sueños rebeldes.

Para algunos, los claros de El Arcángel de ayer no eran un motivo de alarma, sino más bien, una ocasión perdida para animar y ver al equipo meter tres goles al Badajoz. La afición que siempre está y no falla.