Si la historia es cíclica, como defienden algunos, el Córdoba es uno de sus más fieles escaparates. Y no porque año tras año se empeñe en acabar con la paciencia de su masa social, de sus propietarios y de todo lo que le rodea, sino porque repite una y otra vez sus tics, unas veces defectos, y otras virtudes por cuanto maneja como nadie las situaciones límite y los bajos fondos.

Si todo prosigue igual que durante la etapa de Portugal, el Córdoba se salvará en la última jornada, por lo civil o lo criminal. Juan Carlos Rodríguez no sólo es un calco en sus métodos al burgalés, sino en sus actos y en su trayectoria en el club. De sobra es conocido su camino hasta el banquillo, del mismo modo que el ex director deportivo y técnico, pero hasta en sus hechos cada día se parece más al técnico madridista.

Lo último fue ayer. Consagró la misma teoría de bloques que empleó Portugal para escapar en su día del descenso, cuando se rodeó de unos cuantos jugadores y decidió ir a por la permanencia. Rodríguez ya lo advirtió la semana pasada: trabajaría con trece o catorce porque no había tiempo para más. Ayer se encerró con ellos en el estadio, con el once y los cambios, además de los ausentes forzados.

A Portugal lo devoraron los resultados y los otros, aquellos que no jugaban y conspiraban a su espalda. Aún así, el equipo se salvó. A Rodríguez le quedan seis finales y algunos de sus jugadores comienzan a molestarse con su nuevo rol. Aún en petit comité . Los resultados dictarán.