Diario Córdoba

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ENTREVISTA Alejandro López Andrada Escritor y poeta

Alejandro López Andrada: "Son necesarias la lentitud y la reflexión en este mundo vacío"

El autor cordobés del mundo rural por excelencia publica, después de 7 años sin abordar la novela, 'Un jilguero en el ático'

El escritor y poeta Alejandro López Andrada FRANCISCO GONZÁLEZ

Llevaba siete años sin abordar la novela pero, con Un jilguero en el ático, su última obra publicada, Alejandro López Andrada devuelve a la narrativa esa reivindicación de la trascendencia en las pequeñas satisfacciones de la naturaleza, omnipresente en el conjunto de su obra literaria. El autor de Villanueva del Duque regresa a las bondades de lo rural frente a una actualidad cada vez más desconectada de lo humano. Esta vez, sin embargo, abre el camino hacia la espiritualidad como posible salvación irremediable.

¿Por qué empezó a escribir esta novela?

Fue una necesidad de orden ético. Me interesaba contar la vida de un personaje actual y de cómo todo el entramado mediático puede hundirle la vida por una difamación. Lo difícil que es en esta sociedad quitar un san Benito a alguien cuando se lo cuelgan. Se trata de un sacerdote mediático al que le levantan un bulo, por lo que huye del mundanal ruido para perderse y limpiar su imagen. Lo absuelven en el juicio porque es inocente, pero hay un juicio paralelo donde la sociedad lo condena. Esa fue la idea primera.

¿Cómo elaboró el personaje de Jesús?

Quería que se pareciese o tratase de imitar a Jesús de Nazaret. Este sacerdote quiere hacer el cielo aquí en la tierra. Se trata de un hombre bueno que siempre busca el amor, el perdón, la reconciliación, pero quien es perseguido. Viene a demostrar lo difícil de ser alguien bueno en este mundo. La novela también tiene un enfoque romántico, ya que el sacerdote está enamorado de una mujer de la alta sociedad de Madrid, Beatriz. Hago un homenaje a Dante. Estructuro la historia en tres partes; el infierno, el purgatorio y el cielo. Era mi forma de homenajear a La divina comedia. Beatriz simboliza para el sacerdote la dualidad entre el bien y el mal, es su ángel y su demonio. Es la dialéctica entre la fe en dios y el amor humano. Se pone de manifiesto una disyuntiva entre seguir en el sacerdocio o abandonarlo para abrazar el amor de Beatriz.

¿Llega a consumar ese amor?

Sí, él llega a tener ese amor físico y carnal con su amada. Se presenta la idea del pecado. Aquí la novela va muy en la línea de El pájaro Espino, la célebre serie de televisión de los años 70. Un sacerdote enamorado que debe decidir entre su fe del más allá y la del mundo terrenal; lo visible y lo invisible; lo carnal y lo etéreo. Por eso es una novela existencial, de amor. Pero también tiene ese componente de la vida retirada de Fray Luis de León, un hombre que busca en la naturaleza sus orígenes del mundo rural. Todo transcurre entre la sierra de Guadalmez, en Ciudad Real, donde Jesús se retira. Una huida de lo mediático al silencio. Es algo que todos necesitamos, olvidar la prisa para buscar el silencio y la serenidad.

¿Cree en la importancia de ese recogimiento dentro de la sociedad actual?

Creo en el recogimiento, la serenidad y la lentitud. Vamos demasiado rápido. La gente no piensa. La velocidad y el vértigo con los que vivimos son perjudiciales porque nos hacen huir de nosotros mismos. Pero nos hace huir no para conocernos, sino que nos evadimos de nuestro interior, nuestro pensamiento y terminamos actuando como autómatas. Son necesarias ce la lentitud y la reflexión en este mundo vacío a nivel ético y espiritual, en el que la gente solo piensa en el físico, la imagen. Pero no hay maquillaje del alma y del espíritu. A la gente le interesa quedar bien en las redes sociales, pero olvidamos el interior. La novela medita sobre este aspecto. Está la contraposición entre la lentitud, lo que busca Jesús, y el vértigo del mundo.

"Queremos quedar bien en las redes, pero olvidamos el interior. La novela medita sobre esto."

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¿Y cómo se lleva usted con la soledad?

Yo me llevo bien. A mí me encanta. Soy un ser muy sociable, pero necesito retirarme, meditar y preguntarme a cerca de qué hacemos aquí en este mundo y hacia dónde vamos. Creo profundamente en la metáfora de intentar crear el cielo en la tierra. Si todos hacemos la vida más agradable a los demás desde nuestro pequeño ámbito, podemos multiplicar la acción del bien sobre el mal. Quitar de la vida el rencor, el odio y poner por delante el amor, la justicia social; buscar la igualdad, el respeto y la sencillez; son argumentos que me interesa llevar a mi vida diaria.

¿Le atrae entonces la vida monacal?

Tampoco diría eso. Para mí el equilibrio es la vida que tengo en Córdoba. Me encanta pasear por la ribera, donde encuentro la naturaleza y el mundo de mi niñez. Me gusta meditar entre sus álamos. Pero también necesito del contacto con los demás y para ambos aspectos Córdoba es una ciudad ideal. Pero no pierdo el contacto con mis raíces porque mi mente y mi corazón están en Villanueva del Duque. Vuelo con el pensamiento. Mi corazón está atado a mi pueblo.

¿Cómo definiría su universo literario?

Un universo literario aferrado a la naturaleza, al mundo rural y a lo perdido. Me interesa hablar sobre la memoria colectiva de la gente humilde, la gente que trabajó por una España mejor y de quienes nadie se acuerda. Los labradores, los pastores de mi tierra. Cuando era niño aprendí todos los nombres de la fauna y la flora gracias a ellos. Aunque estudié filología, mi manera de mirar el mundo lo aprendí con ellos. Para mí son mis héroes. En mi obra trato de hacerles un homenaje. 

"Me interesa hablar de la memoria de la gente humilde, de la que trabajó por una España mejor."

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Han comparado esta obra con el estilo de Juan Rulfo, ¿Qué le parece?

Me gusta mucho porque en la novela aparecen lo sobrenatural y la magia. Se aparece una mujer ancianita, vidente, quien adivina el futuro. Aparecen los muertos y los vivos. Joaquín Pérez Azaústre y mi editor, Javier Ortega, definieron mi obra como el ruralismo mágico. El mundo rural visto desde lo esotérico. En mi obra está ese aliento donde los muertos se confunden con los vivos. Cuando yo era niño, la muerte se aceptaba de otra manera. Se ponían lámparas de aceite y velas a los difuntos en las casas, se visitaban más los cementerios. La muerte se mezclaba más con la vida de lo que lo hace hoy en día. La conexión con quienes ya no están. Eso imanta mi obra. 

¿Establece fronteras entre la poesía y la prosa?

Es curioso. Cuando escribo poesía lo hago con otro tono, otra medida. El novelista es el corredor de fondo y cuando escribes poesía estás en los cien metros lisos. El hecho de ser poeta me ayuda a escribir novelas que no sean muy largas. Un jilguero en el ático, por ejemplo, con los personajes que aparecen, podría haber tenido 700 páginas, pero la labor del poeta es sintetizar. En eso quizá también me parezca a Rulfo, en tratar de decir mucho con poco. Me interesa no mezclar la poesía con la narrativa, pero sí crear un ambiente poético a través de lo sensorial del lenguaje; que el lector huela, vea y sienta a través de las metáforas.

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