Adiós a un genio de las letras | Narrativa

Antonio Gala, un escritor preciosista y erudito

Sus novelas nos envuelven en un pasado exótico y atrayente o nos aproximan a un presente reconocible y verosimil

Autor polifacético, Antonio Gala cubrió con su literatura buena parte del panorama literario del pasado siglo XX, desarrolló su mejor teatro en una etapa importante de la escena española en los difíciles años de la dictadura y de la transición, fue narrador y, según manifestación propia, poeta por encima de todo. Su obra se caracteriza por un lenguaje deliberadamente literario, que tiende a un sentimiento lírico que iba desarrollando en cuantas facetas ensayó a lo largo de su existencia, completada por sus colaboraciones periodísticas donde sus sentencias, o microtextos, sometían la actualidad a una aguda y permanente visión de su talante personal.

Antonio Gala reúne los suficientes requisitos de popularidad y de complacencia de sus lectores para que cada nueva obra suya se convierta en un éxito. Desde su primera entrega, El manuscrito carmesí (1990), su controvertida La pasión turca (1993) o el retrato de la incontenible dama de Más allá del jardín (1995), su prosa muestra la expresión de una voz engalanada, preciosista, y se caracteriza por contar historias tan efusivas como eruditas, que nos envuelven en un pasado exótico y atrayente, o nos aproximan a un presente verosímil y reconocible, características delimitadas por un lirismo sensual de fuerte contenido sexual, cuando describe las pasiones de sus protagonistas. Quizá porque el corazón no aprende, y el amor no se repite nunca, Gala insiste en presentar personajes de una inverosímil e incalculable psicología femenina que detentan una amplia actitud de miras.

Primera novela

Antonio Gala recrea la luminosidad de los recuerdos infantiles de Boabdil, que pronto se oscurecerán al desplomársele sobre los hombros la responsabilidad de un reino desahuciado. Su formación como un príncipe refinado y culto no le servirá para las duras tareas de gobierno que pasan por las rencillas de sus padres al afecto profundo de Moraima o Farax; desde la pasión sentida por Jalib a la ambigua ternura por Amín y Amina; incluso el abandono de los amigos de su niñez o la desconfianza en sus asesores políticos; desde la veneración por su tío el Zagal o Gonzalo Fernández de Córdoba al aborrecimiento de los Reyes Católicos que piensan culminar su obra expulsándolo. Una larga galería de personajes dibuja el escenario en que se mueve a tientas Boabdil el Zogoibi, el Desventuradillo.

Los papeles carmesíes que empleó la Cancillería de la Alhambra ofrecen el testimonio de Boabdil -el último sultán-, de su vida a la vez que la gozara o la sufriera. Siempre muy simplificadora, la historia acumularía sobre el personaje acusaciones injustas a lo largo de su relato, tan sincero como reflexivo. La culminación de la reconquista -con sus fanatismos, crueldades, sus traiciones y sus injusticias- sacude la crónica escrita por Gala como un viento destructor. El cordobés emplea un lenguaje íntimo y exquisito a la par que armonioso: un padre que se explica ante sus hijos, o un hombre a la deriva que habla consigo mismo hasta encontrar su último refugio. El manuscrito carmesí obtuvo el Premio Planeta en 1990. Un texto que, sin duda, marcaría el destino narrativo de un Gala que se estrenaba en la ficción narrativa.

Su siguiente novela, tres años después, La pasión turca, se convirtió en uno de sus más sonados éxitos, además de la posterior polémica adaptación cinematográfica. Cuenta, en primera persona, y a través de una serie de diarios, la vida de Desideria Oliván, una mujer de provincias con una existencia sin sobresaltos y bastante aburrida: casada con un tipo que le produce pocas sensaciones amorosas, y repuntes religiosos ligeramente enfermizos. No se siente nada feliz, y será ella quien empiece a ofrecerle algún aliciente a su vida viajando por lugares exóticos: Egipto, Persia y, por último, Turquía, donde conocerá a Yamam, su guía turístico, del que se sentirá perdidamente enamorada desde el primer instante. Así, tras el viaje, nada volverá a ser igual y comienza a efectuar frecuentes escapadas a Turquía; incluso abrirá un negocio de alfombras en su ciudad, que se convierte en una tapadera para volver, una y otra vez, junto a Yamam. Dejará su matrimonio, rompe con su monótona vida de provincias y se marcha a vivir su pasión, dándose totalmente a un desenfreno sexual y recibiendo a cambio apenas nada.

Parece que Gala quisiera alertar a quienes pasionalmente se han dado al amor hasta llegar a las últimas consecuencias, y los peligros que encierra una actitud semejante, aunque habría que subrayar la degradación de su personaje principal, Desideria, que se convierte en esclava de su propia pasión, una degradación que se acentúa a medida que transcurre la novela, y observamos cómo la protagonista se derrumba, aunque como sucederá en el resto de personajes de Gala sobresale la delicada feminidad sobre cualquier aspecto pasional, amoroso o de entrega total.

Replantearse la vida

Es una de sus más voluminosas historias Más allá del jardín (1995) y Gala insiste en formalizar sus entregas cuestionando siempre el concepto de feminidad a toda costa, y ahora cuenta cómo Palmira, una mujer de la clase alta sevillana, al llegar a la menopausia empieza a plantearse su forma de vida que, hasta el momento, consistía en cuidar su jardín, organizar fiestas e invitar a amigos. Un día descubre que su marido la engaña, su hija está embarazada y se plantea vivir su propia vida junto a un joven de clase baja, y su hijo Álex se confiesa homosexual y está enamorado de Hugo, un buen amigo de la madre. Aunque Gala dará un paso más allá y, lejos de ofrecer un folletín con estos ingredientes, encuentra una razón para su personaje y la convierte en voluntaria en un país africano, en Ruanda, a donde viaja para ayudar a los más desfavorecidos. La guerra le pillará en medio y sobrevive a una devastación total que explica su entrega y la felicidad a que el personaje llega lejos de la sociedad en que había vivido. El narrador intenta con su novela evocar los temas de adulterio, escándalo y discreción en la alta sociedad, la homosexualidad, la Iglesia y el falso cristianismo, o los horrores de la guerra.

El escritor cordobés acentuaba su ritmo de publicación a medida que sus lectoras le demandaban nuevas entregas, y un año después publicaba La regla de tres (1996), en la que el novelista Octavio Lerma, bisexual, se retira a una isla para escribir un libro que puede titularse La enfermedad mortal, y en el que pretende contar cómo todas las personas que lo amaron sucesivamente han muerto. Sobre esa amenaza mortífera se propone reflexionar con la mayor serenidad posible. Sin embargo, nada más llegar a la isla, se enamorará de una mujer fascinante, Aspasia Martel, y paralelamente caerá en brazos de Leonardo, un hombre bastante más joven, al que trata de seducir contradictoriamente. Esta es la regla de tres que acaso pretende resolver los interrogantes de Octavio, o acaso le plantee un problema aun más grave.

El novelista escribe, pasado algún tiempo, el relato de su peripecia amorosa en la isla y en otros lugares donde los tres amantes coincidieron en el tiempo, e intercala fragmentos del libro inacabado que entonces escribía, fragmentos que informan a los lectores sobre el erotismo sufriente y complicado del escritor, aunque él mismo no se dará cuenta de su autodestrucción; quizá porque, como asegura el propio Gala, el corazón no aprende y, aunque lo hiciese, el amor no se repite nunca en igual proporción o manera.

En su siguiente novela, Las afueras de Dios (1999), Gala traza el itinerario físico y espiritual de una mujer que vive y ama hasta la muerte y aun más allá. El amor es el alimento único de su cuerpo y de su alma, puesto que ambos van inseparablemente en ella. El narrador escribe sobre el amor en muchas de sus manifestaciones: el divino, con su noche oscura, y el humano; el que asciende a las cumbres más altas y el que se entrega al cuerpo; el amor franciscano a todas las criaturas, sobre los demás; y el amor a los ancianos, que configura su vida entera.

La experiencia de la hermana Nazaret, de Clara Ribalta, en el convento y fuera de él, le ha permitido comprender que es imposible amar a los hombres en Dios: hay que amar a Dios en los hombres; y solo así entenderá que los otros no son el infierno: los otros son precisamente Dios. Y le ha permitido llegar a la conclusión de que la ciencia añade años a la vida humana, pero no añade vida tales años, y esa es la empresa en la que todos, por propio interés, hemos de participar. Dos voces se alternan para contar el relato, en la primera parte lo hará el capellán del asilo cordobés; en la segunda, pasados casi treinta años, un voluntario que trabaja en la residencia donde Clara es ya una anciana muy poco común.

Minaya Guzmán era capaz de turbar a hombres y mujeres, enamoraba a niños y perros; en realidad, era todo un misterio, como todo lo que atrae sin remisión al ser humano. "No soy de aquí", confesará en una ocasión. Parecía un hombre, pero su perfección, su belleza y la sonrisa de sus ojos debieron alertar sobre su diferencia. Era más justo y más pacífico, más respetuoso, sobre todo, más sereno, parecía estar iluminado por dentro. ¿Era un sueño o era algo más que la vida? Antonio Gala nos conduce, de la mano de un narrador que supo como nadie quién era Minaya Guzmán, más allá de la vida, más allá de la muerte, hacia la luz más esperanzadora. No se trata de una novela de misterio, sino del misterio transformado en novela. Una nueva entrega, El imposible olvido (2001), con la convicción de que, según el propio escritor, sería muy diferente de las demás. Insólita por el tema, por el modo de tratarlo y porque su protagonista, curiosamente, es masculino.

Antonio Gala, a lo Hamlet, sostiene una calavera.

Antonio Gala, a lo Hamlet, sostiene una calavera. / CÓRDOBA/ARCHIVO

Antonio Gala vuelve a ese género en que se encuentra más cómodo, la novela histórica, con personajes reconocibles y reconocidos en El pedestal de las estatuas (2007), donde nos cuenta cómo el descubrimiento de unos cuadernos desconocidos de Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, permiten desvelar la historia oculta de aquellos años en la España del XVI. El propio secretario reconoce, en sus últimos días, que continúa con vida gracias al arcón donde guarda copia de documentos, legajos, cartas y toda clase de pruebas que implican en asesinatos y siniestras estrategias a la monarquía, a la Iglesia y a casi toda la nobleza, desde los Reyes Católicos hasta Carlos V y su enigmático heredero Carlos que había sido arrestado por una presunta conjura contra Felipe. Es la confesión de Antonio Pérez, el más temido verdugo del poder, que terminó siendo víctima de su propia ambición, acusado de corrupción. Gala muestra, una vez más, en esta historia novelada, tan descarnada como apasionante, la otra cara de los poderosos de una corte con resabios medievales implicados en sucias tramas casi inimaginables.

Su interés por lo breve dio lugar a las colecciones Siete cuentos (1993), Los invitados al jardín (2002) y El dueño de la herida (2003), cuentos que adoptaban una forma basada en referir un suceso entero, aunque sintetizado, con sus antecedentes, desarrollo y consecuencias; en realidad, relatos fuertemente argumentales que practican el análisis psicológico para explicar los comportamientos humanos, y entre los motivos en los que Gala se detiene, los celos, el amor a primera vista, el desamor inevitable, la falsedad, el cálculo interesado, la ensoñación, la locura, la crueldad, la obsesión por la muerte, el incesto o la misteriosa conjunción de muerte, azar y destino.

Recuento narrativo

Con una nueva entrega extensa y en la que, de alguna manera, el escritor cordobés culminaba su obra narrativa, Los papeles de agua (2008), resume el carácter, y así habría que entenderlo, de cada una de las protagonistas femeninas de sus anteriores novelas, alternando los recuerdos de una pobre Asun, descrita en sus rasgos autobiográficos más elementales, "soy una pobre mujer, redicha pero imbécil", llegará a afirmar de sí misma; o la insuperable caracterización de una áspera, estricta y hasta puritana Deyanira Alarcón, escritora de éxito, retirada tras un fracaso personal y matrimonial. Sin embargo, emborrona unos cuadernos secretos, un tipo de espejo, en realidad, que le ayudan a pensar, tras una primera y extensa disertación, acerca de su vida pasada, mientras se pierde o se encuentra, en una enigmática ciudad, Venecia.

La primera parte, el mejor Gala, resulta inclasificable, como especifica el seudoprólogo de la editorial, porque el texto oscila entre un dietario, una reflexión íntima, un elevado ejercicio literario que atesora citas y referencias de corte dantesiano, y en ocasiones ofrece una escritura fragmentaria, cuando memoria y evocación están presentes. Pero será en Venecia, mientras se decide a sobrevivir aun renunciando a su literatura, calificada como un invento para jugar, cuando salga de su decadencia al tiempo que nos descubre la cara oculta de una ciudad descrita como llena de oportunidades, de callejas silenciosas, plazuelas aisladas donde nadie te ve ni te roza, ni te compadece, y donde conocerá a dos jóvenes, Bianca y Nadia y, sobre todo, a Aldo. Con ellos explorará nuevas sensaciones y otros caminos en el amor, incluido el lésbico con ambas adolescentes y otro más sensual, no tan destructivo como en su vida anterior, en el joven veneciano.

Deyanira descubrirá cómo nada de lo escrito hasta el momento había sido cierto, y su existencia, trocada en imaginaria, esnob, duplicada, soñada y añorada: falsa en definitiva. La realidad era muy diferente, porque en los ojos y en el cuerpo de Aldo le sorprenderá la verdadera vida y ambos encontrarán en sí mismos y en el otro lo que buscaban sin saberlo. Será en una segunda y definitiva parte, más imaginativa, donde la fuerza de su pasión y la extraña desaparición de su amor le hagan implicarse aún más en una historia de ficción auténtica hasta sentirse una mujer confundida y engañada por aquellos a quienes desconoce y considera enemigos, pero víctima, en definitiva, de su desconocimiento y de la ignorada atmósfera asfixiante de una ciudad en la que todo el mundo, como se relata en Los papeles de agua, es de la mafia o protagonista de su propia mafia y, por añadidura, amo de la destrucción de la existencia de muchas personas, incluida la narradora que, como epílogo a su vida supo, mejor que nadie, escribir sobre su propia muerte.