crítica de danza

Elevación por encima de los lagos

"El giro no ha dejado de ser giro cuando empieza a transformarse en otro distinto; los cuerpos no se mueven en presente, porque su tiempo no es lineal"

Representación de El Lago.

Representación de El Lago. / CÓRDOBA

Jano, antítesis de doble rostro. Espíritu y arte, cuerpo y música. Danzas dentro y te elevas del círculo. El teatro es tu universo abierto y cerrado por la doblez de una herida acuosa: ausente en el cielo y presente en la piel del escenario. Un trocito de azul ha caído y su silueta será el plano de expresión de El Lago, dirigido con gusto por el coreógrafo Víctor Jiménez. Superficie, Jano, de nuevo lenguaje y pura expresión: plasticidad del movimiento actualizado de los cuerpos sobre el suelo. 

Las luces en la horizontal perfilan la cara escogida de las dos primeras figuras. Gorro negro, signo y pieza de un juego antitético con el blanco. En el aire, la cabeza confía en el muslo de otra carne, y de ella pasa a su cadera, a su hombro. Toca el mar plegado y lo cruza. Este signo salino es creado con un foco nadir de luz azul, que se quiebra a favor del lenguaje mouvant del que forma parte junto a la danza contemporánea y el espacio sonoro alternante de Tchaikovsky y Jorge Sarnago. Al mismo tiempo, fluye fuera del escenario hasta acariciar con sus ondas turquesas el cielo del Gran Teatro.

Jano, el líquido se desdobla, cae al contorno y define el lago. Su superficie es tan profunda que para entrar y salir de ella hay que abandonar un espacio y saltar al fluido. Luis Perdiguero ha diseñado el sistema de iluminación que evoca el fluido de un baile azul y el ámbar de unas columnas que mantienen ligadas la grieta con la altura. Las figuras de tul blanco no renuncian al cielo por deslizarse y dolerse en su reflejo. Se escucha su piel contra el suelo. Las notas quedan en segundo plano para mostrar la verdad de El Lago: cada paso del baile se crea desde el precedente. El giro no ha dejado de ser giro cuando empieza a transformarse en otro distinto. Los cuerpos no se mueven en presente, porque su tiempo no es lineal. Su movimiento desborda la esfera del lago porque su virtualidad lo hace ser estético. Cada gesto es acto de pensamiento: expresión en un tiempo doble, ya pasado y aún por venir. Del movimiento bello, por ser creado en serie, un torso se remueve. Con los pies clavados, los brazos inician una ruptura y salida del engranaje. Las muñecas se giran y la mandíbula las sigue con los dientes. Del blanco, movimiento de conjunto, la figura transmuta al negro y en soledad. Ese cuerpo es el signo aislado de tu juego antitético, Jano: vive mientras se muere, en un discurso de puntos brillantes verdes, azules y dorados. 

Esta poética de la plasticidad del Yo, de su doblez en un fluido colectivo, se debe al talento y creación in fieri del cuerpo de danza de LaMov, integrado por Paula Rodríguez, María Bosch, Ainhoa Fernández, Pilar Miguel, Leyre Domingo, Alain Rivero, Imanol López, Daniel Romance y Fermín López. Como decía Antonin Artaud, una obra es verdaderamente significativa cuando sus innovaciones no sólo consisten en múltiples hallazgos técnicos; en externos y superficiales juegos de formas. El Lago es una profunda renovación de la materia plástica de las imágenes en una verdadera liberación. Verdadera, por estar ligada a una continuidad de gestos precisos que nacen y florecen. Liberada y desnuda, por mostrar las fuerzas-pulsión del pensamiento en su ascenso al azul. ‘¡Que se cierna sobre la vida, y alcance sin esfuerzo | El lenguaje de las flores y de las cosas mudas!’—Elevación, de Charles Baudelaire.

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