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Julia Navarro: heredera de Fallaci, existencialista del Gijón

La escritora afronta en 'Una historia compartida' siglos de aportación femenina al pensamiento, la ciencia y la literatura

La escritora Julia Navarro.

La escritora Julia Navarro. / José Luis Roca

Juan Cruz

Juan Cruz

Julia Navarro, que fue periodista y desde hace años distingue a las estanterías con éxitos novelísticos como 'Historia de un canalla' o 'Tú no matarás', ha decidido adentrarse en el resumen personal de siglos de pensamiento, poesía, narrativa o ciencia debida a mujeres de todo el mundo, desde la antigüedad. Con un estilo que combina la pasión personal, o la duda (“¿por dónde sigo ahora?”), la escritora madrileña lo mismo va al Café Gijón a aspirar en Madrid (sin éxito) el humo que dominaba en el Deaux Magots o el Flore, los cafés de París donde Simone de Beauvoir le disputada a Jean Paul Sartre o a Albert Camus el aroma imperante del existencialismo, que acude a las entrañas culturales de Egipto y de Grecia para explorar cómo era allí la lucha de la mujer por ser quien era o debía haber sido.

El libro, de más de trescientas páginas, ha sido publicado por Plaza y Janés. Su título, 'Una historia compartida. Con ellos, sin ellos, por ellos, frente a ellos', es un resumen de sus intenciones, pues no se trata de un ajuste de cuentas femenino contra 'ellos', los que hubieran dejado de lado a las mujeres, aunque en buena medida de eso se trata también, pues a lo largo de la historia que traza (siglos de historia, en realidad) hombres importantes de todas las épocas coexisten con ellas, pero 'ellas' en muchísimos casos los superan o los igualan y, sin embargo, como en el caso de Cleopatra, por ejemplo, quedan a un lado de la consideración futura.

Como no es un libro escrito sin ahorrar fuentes o atribuciones, Julia Navarro cuenta hasta las ocasiones en que sus conocimientos vienen no sólo de lecturas sino de incursiones suyas en los lugares donde vivieron muchas de las heroínas de sus historias. A esas excursiones iba con su marido y con sus hijos. El clima al que llega la escritura, hasta de las protagonistas de siglos remotos, le confiere a esta prosa que no tiene fronteras (ni académicas ni políticas) el aire de haber sido escrita para ser oída y compartida con su asombro: ¿hubo todas estas mujeres y no se enteró la historia?

En algunos casos, como en los de las compañeras, mujeres o amantes de grandes hombres de la historia, como Juan Ramón Jiménez o Rafael Alberti, aparte de aquella historia en la que Antonio siempre quedaba por encima de Cleopatra, sí entra de lleno Navarro a deshacer antiguas primacías. Pero no parece que el libro esté hecho para ajustar cuentas sino, sobre todo, para poner en su sitio a quienes, como Las Sinsombrero de la generación del 27, sólo salían a la palestra de la cultura por meras anécdotas. Julia Navarro aquí les da la debida categoría.

El ritmo con el que está descrita esta historia (estas historias de la historia) parece ser el de una mujer, la autora, que ha decidido agarrar por las solapas al lector (¡y a la lectora!) contemporáneos para gritarle: "¡¡Entérate!!". El aviso es este, dicho por la autora en el contexto de su descripción del caso Cleopatra: “Ya saben, siempre hay quien prefiere rebajar la valía de una mujer antes que revocar su inteligencia, porque si alguien estuvo a la altura de la gloria de César, esa fue Cleopatra”.

Esa advertencia es un paradigma del libro, en las distintas épocas a las que la autora asiste con un asombro que exige justicia. Sirve para los casos de Beauvoir, Hanna Arendt, Lou-Andreas Salomé o Simone Weil, no siempre porque hayan sido preteridas, sino porque ellas mismas impusieron sus leyes sobre hombres que parecían destinados a ser sus superiores en los distintos ámbitos del saber o del poder. Julia Navarro hace también una autobiografía de sus lecturas. En este caso es muy notable su narración de la pasión juvenil (y existencialista) que sintió al leer a Simone de Beauvoir ('El segundo sexo', por ejemplo).

Fue con sus cigarrillos, que estrenaba, al Café Gijón, oteó la variada gama de personajes de entonces, se puso a fumar como si estuviera en el Cafe de Flore donde Sartre y Beauvoir imperaban, y dio por concluida su breve etapa existencialista tras reivindicar, con pasión y humo, un momento crucial de sus descubrimientos. Ahora, en el libro, hay una reflexión muy detallada de lo que significó para ella (y lo que debió significar en la época) la decisión de Simone de dar a conocer las cartas que intercambiaba con su famosísimo amante.

Como en sus novelas (y en el periodismo que ejerció desde muchacha), Navarro ha llenado este libro de personajes a los que desnuda para darles la sencillez con la que fueron leídos por ella. María Zambrano, Emily Dickinson, Rosalía de Castro, Gabriela Mistral, Anna Ajmatova o doña Emilia Pardo Bazán ilustran tiempos que luego tendrían continuidad en los casos de Josefina Aldecoa, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite o Carmen Laforet. En esa geografía humana que ella recuenta como si se la estuviera contando al futuro no faltan seres humanos, como Virginia Woolf, que vivieron el amor, la incertidumbre o la locura, y que ahora aquí, en 'Una historia compartida', resucitan como sentimientos que Julia Navarro conjunta para hacer, a mi juicio, quizá el texto más sentido e impresionante, a la altura del que dedica a la amante (luego tan olvidada) de Juan Ramón Jiménez, Margarita Gil Roesset, o a la mujer de Alberti, María Teresa León, víctima de “la deslealtad” de su marido, que la abandonó cuando ella ya vivía con su mente en precario.

Hay homenajes (a Federica Montseny, a Sofía Casanova, a María Lejárraja, a su amiga la periodista Pilar Cernuda, a la ya citada Oriana Fallaci), a filósofos de ahora, como Emilio Lledó o José Antonio Marina, que, juntos, dan idea de la pasión que por la justicia de la historia, que es una combinación inevitable de pasado remoto con el rabioso presente, siente esta mujer que de pronto, dejando a un lado las novelas que la ocupan, ha sentido el deseo de hacer de la escritura un acto múltiple de justicia, sin dejar a un lado, y eso es notorio, la alegría de contar sus conocimientos y también sus descubrimientos, como si todavía tuviera la tentación de irse al Café Gijón a aspirar tabaco como una existencialista.