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El asalto al Banco Central de Barcelona de 1981: ¿todo por la pasta o todo por la patria?

La periodista Mar Padilla recupera uno de los sucesos que sobrecogió a la sociedad española de los ochenta, un atraco con rehenes aparentemente conectado con el 23-F pero que llevaron a cabo delincuentes comunes. Cuarenta años después, continúa siendo uno de los capítulos más oscuros de la transición española

Los últimos rehenes del asalto salen del banco.

Los últimos rehenes del asalto salen del banco. / EFE

Eduardo Bravo

El sábado 23 de mayo de 1981, un grupo de hombres armados entró en el edificio del Banco Central de Plaza de Cataluña en Barcelona. Lo que comenzó como uno más de los muchos atracos a entidades bancarias que se producían en esa época en España, acabó siendo uno de los capítulos más oscuros de la Transición, debido a una serie de circunstancias nunca aclaradas. Entre ellas, el desconcertante comunicado que los asaltantes habían dejado a la policía en una cabina de teléfonos de la ciudad. En dicho documento, exigían la liberación de Pedro Mas OliverIgnacio San MartínLuis Torres Rojas y Antonio Tejero, todos ellos implicados en el golpe de Estado de ese año y a los que se calificaba de "héroes del 23 de febrero".

Aunque desde el primer momento la redacción del texto, el modus operandi de los asaltantes e incluso detalles de su vestimenta, como el tacón cubano de las botas que vestían, convencieron a los miembros del departamento de atracos de la policía de Barcelona y al fiscal de guardia, Alejandro del Toro, de que se trataba de un asalto cometido por delincuentes comunes, instancias superiores decidieron apartarlos de la investigación y considerar el hecho una acción con intenciones políticas protagonizada por miembros de la Guardia Civil.

A partir de ese momento, se organizó un gabinete de crisis en el que estaban presentes representantes del gobierno de la nación, del ayuntamiento de la ciudad, de la policía, el ejército y la guardia civil que, lejos de trabajar en común para solucionar el problema, mostraron una pasmosa falta de coordinación, cuando no de lealtad, que llegó incluso a desatender las peticiones de los GEO, lo que sumió las negociaciones en un caos delirante.

"Cuando llegaron los GEO solo pidieron dos o tres cosas. Por ejemplo, que solo hubiera un interlocutor y que se cortasen las líneas de teléfono con el banco. Eran medidas que parecen de primero de seguridad, pero les dijeron que no. Eso hizo que hubiera particulares que llamasen al banco, como una persona que pidió hablar con uno de los rehenes para preguntarle si le tenía preparado el presupuesto de la reforma de su casa. Tampoco faltaron los medios de comunicación que pidieron hablar con los asaltantes, logrando que el jefe de la banda entrase en antena en directo. Fueron unas decisiones muy poco acertadas, fruto de la adolescencia que vivía la propia democracia y de la falta de experiencia del gobierno a la hora de gestionar una crisis inédita en ese momento", explica Mar Padilla, autora de Asalto al Banco Central. Un ensayo o, como ella prefiere llamarlo, un "reportaje periodístico largo", que acaba de ser publicado por Libros del K.O. porque "los periódicos ya no publican este tipo de trabajos".

Miembros de la Cruz Roja llevan bolsas con comida a los rehenes y atracadores que siguen dentro del banco.

Miembros de la Cruz Roja llevan bolsas con comida a los rehenes y atracadores que siguen dentro del banco.

Una labor pendiente

A pesar de su trascendencia en la historia reciente de España, apenas hay investigaciones sobre el asalto al Banco Central por, entre otras cosas, las limitaciones que la Ley de secretos oficiales establece en lo relativo a asuntos como el Golpe del 23-F, la guerra sucia contra ETA, el incendio del Hotel Corona de Aragón o el asalto al Banco Central.

"Ninguno de los diferentes gobiernos ha querido impulsar una investigación sobre el tema porque no es un relato que les permita ponerse medallas. Por eso, creo que la pregunta de por qué no se ha investigado más este suceso debe ir, no hacia las autoridades, sino hacia los periodistas: ¿por qué no se puso nadie antes a escribir sobre este caso? Soledad Gallego Díaz me dijo que ellos en El País habían puesto a algún equipo a trabajar en el tema, pero que nunca habían conseguido averiguar nada. Por eso comencé a investigar por mi cuenta y riesgo, incluso sin saber si el libro finalmente se publicaría", recuerda Padilla.

Fascinada por la historia, la periodista llevó el proyecto a Libros del K.O., que se mostraron interesados pero pusieron una condición: sin José Juan Martínez, cerebro del asalto, el libro no tenía sentido. "En una librería de segunda mano de Barcelona encontré Algunos me llaman El Rubio, una biografía de José Juan Martínez escrita por Juan M. Velázquez, un profesor de derecho de Donosti, que había coincidido con él cuando había ido a dar unas charlas a la cárcel. El primer viaje que hice, sin ni siquiera saber si el libro se iba a hacer, fue justamente a esa ciudad porque quería hablar con él en persona, explicarle lo que quería hacer y pedirle el contacto con El Rubio. Alguien podría decir, 'haberle mandado un e-mail', pero hay cosas que creo que hay que hacerlas cara a cara. Velázquez me escuchó muy amable y me dijo que él se lo explicaría a José Juan. Si le daba la autorización, me pasaba su contacto. A partir de ahí, el libro comenzó a ser un realidad".

El número uno

José Juan Martínez, El Rubio, como era conocido entre la policía de la sección de atracos, o 'Número uno', como se le denominó durante el asalto al Banco Central, era un delincuente con un amplio historial en robos, especialmente en entidades bancarias del sur de Francia. Además, en los primeros años de la democracia, Martínez había estado estrechamente vinculado con el movimiento anarquista, el cual vivía uno de sus momentos de mayor esplendor desde la época de la Segunda República. Tanto es así que las autoridades decidieron desactivar esa organización política iniciando una campaña de criminalización del anarquismo a través de hechos como el atentado contra la sala Scala de Barcelona, un montaje policial que pretendía acusar a militantes libertarios de haber provocado un incendio en el que fallecieron cuatro trabajadores.

José Juan Martínez, El Rubio, en un documental de hace unos años sobre el atraco.

José Juan Martínez, El Rubio, en un documental de hace unos años sobre el atraco.

Sin embargo, la inspiración para llevar a cabo el asalto al Banco Central no tuvo su origen en las hazañas de los anarquistas expropiadores como Durruti, Ascaso y García Oliver, sino de un punto ideológico diametralmente opuesto. Según afirmó José Juan Martínez en su primera declaración ante la policía tras ser detenido, una persona vinculada a la ultraderecha le había contratado para entrar en el Banco Central y rescatar unos documentos relacionados con el 23-F que se guardaban en unas de las cajas de seguridad de la entidad. Por ese trabajo, 'El Rubio' habría percibido un millón de dólares, al que hubiera podido sumar todo el dinero que él y su banda hubieran podido sacar del banco, cuyos fondos rondaban, ese día, los quinientos millones de pesetas [alrededor de tres millones de euros, en valor de la época]. También formaba parte del plan hacer público ese comunicado en apoyo a los responsables del 23-F y la exigencia de que se les pusieran a su disposición dos aviones —uno para los atracadores y otro para Tejero y sus compañeros—, con destino a Argentina.

"Unos pocos meses antes se había producido el asalto al Congreso de los diputados, por lo que había una psicosis muy grande sobre lo que podían hacer algunos miembros de la Guardia Civil contrarios a la democracia". Eso, sumado a la luchas entre las distintas fuerzas del Estado, hizo que, aunque El Rubio y la banda en ningún momento se identificaron como guardias civiles, se pensase que realmente eran miembros de ese cuerpo. "El Rubio me contó que, cuando les dijeron que creían que eran guardia civiles, ellos alucinaron, pero si bien él nunca negó ni afirmó la mayor, sí supo leer la situación y ver la importancia que tenía que lo siguieran creyendo. En broma, él me contaba que, en el fondo él sí que era hijo del cuerpo, pero 'del cuerpo de mi madre'", recuerda Padilla.

Entrar por la puerta, salir por un túnel

En contra de lo que se pedía en el comunicado, El Rubio y su banda siempre tuvieron claro que no saldrían del banco escoltados por la policía ni abandonarían el país rumbo a Argentina en un avión. Su intención era la de hacerse con el botín y huir del edificio por las alcantarillas, para lo cual contaban con taladradoras y un plano que, cuando comenzaron a hacer el túnel, comprobaron que estaba desactualizado. Donde en principio debía haber una pared de hormigón fácilmente practicable, encontraron una pared de roca que destrozó la maquinaria y provocó que, al poco de haber entrado en el banco, los atracadores comprendieran que estaban atrapados sin salida.

A medida que transcurría el fin de semana, resultaba evidente que era cuestión de tiempo una intervención por parte de los GEO para poner fin al atraco. "Cuando se produjo el 23-F también se valoró la entrada de los GEO en el edificio del Congreso. Sin embargo, después de estudiar la gente que había, dónde estaba situado cada uno y todos los demás detalles, llegaron a la conclusión de que la intervención provocaría cientos de muertos. En definitiva, liberabas el Congreso, pero te quedabas sin Gobierno y oposición, así que se descartó. En el caso del Banco Central no sucedió lo mismo".

El domingo por la tarde, un rehén que había permanecido oculto durante todo el asalto se encontró de manera fortuita en la terraza del edificio del banco con uno de los delincuentes que, además, era cuñado de El Rubio y hermano de otros de los miembros de la banda. "Son dos personas que coinciden en un sitio extraño en un momento rarísimo y que acaban hablando de sus hijos, lo que no deja de ser muy curioso. El secuestrador iba armado, aunque no de manera amenazante, y, en un momento dado, uno de los GEO dispara y mata al asaltante", recuerda Padilla.

La decisión de ultimar al secuestrador a punto estuvo de provocar una catástrofe. El hermano del muerto protagonizó escenas de gran nerviosismo y los rehenes llegaron a temer por su vida. Sin embargo, aprovechando el desconcierto, los GEO irrumpieron en el edificio, provocando que los secuestradores intentasen huir camuflados entre los rehenes a los que, previamente, quitaron sus chaquetas y jerséis y colocaron sus pasamontañas para confundir a los policías, aunque con poco éxito. Una vez fuera, El Rubio y sus colaboradores fueron reconocidos por los agentes y trasladados a comisaría.

De la revolución a la jubilación

Entre los muchos aportes de Asalto al Banco Central están los interesantes testimonios recabados por Mar Padilla. Entre ellos se incluyen, además del de José Juan Martínez, los de algunos de los rehenes, cuya trayectoria vital arroja un curioso paralelismo con la evolución de la democracia española: todos los consultados eran miembros de partidos revolucionarios y su objetivo al entrar a trabajar en el banco era hacer 'entrismo'. En otras palabras, convencer políticamente a sus compañeros para horadar el sistema desde dentro hasta hacerlo caer. Sin embargo, la vida y el pragmatismo se impusieron a la utopía y los anhelos revolucionarios se fueron sofocando hasta que, finalmente, muchos de ellos acabaron jubilándose en la entidad.

"Di con las víctimas revisando mucha hemeroteca, porque en las noticias de la época salían sus nombres y ciertas referencias que indicaban de dónde eran o dónde podían estar. Una de ellas tenía vínculo con el partido de Ada Colau en el Maresme, así que llamé a los Comuns de Masnou y me pasaron el contacto. Otro rehén era uno de los representantes de Comisiones Obreras en el banco, llamé al sindicato y lo encontré. Lo que me sorprendió mucho fue que las tres víctimas a las que entrevisté habían militado en partidos de extrema izquierda y, aunque no sé si da para hacer una estadística, sí que muestra cómo se pasó en muy poco tiempo de la utopía al desencanto porque, con todo eso de los 'padres de la Constitución', quedó muy claro desde el principio que, en esa nueva democracia, era todo muy paternalista y estaba todo muy tutelado".

El Rubio se pasea por la Plaza de Catalunya encañonando al cajero principal del Banco Central en uno de los momentos más tensos del asalto.

El Rubio se pasea por la Plaza de Catalunya encañonando al cajero principal del Banco Central en uno de los momentos más tensos del asalto.

Cuatro décadas después de los sucesos de mayo de 1981, aún quedan muchos hechos sin esclarecer sobre lo que rodeó al asalto al Banco Central, el atraco con más rehenes de la historia de la delincuencia española y de cuyo edificio los protagonistas —condenados a penas entre treinta y cuarenta años de cárcel, reducidas gracias a la redención prevista en el código de 1973—, no pudieron sacar ni una peseta.

"En el libro explico que el único que habla de la maleta con los documentos del 23-F y que dice haber cobrado el dinero del encargo es El Rubio que, por otra parte, nunca ha aportado ninguna prueba de ello, aunque se le haya pedido. También hay que tener en cuenta que El Rubio y su banda eran ladrones de bancos, por lo que robar uno estaba dentro de lo normal para ellos. Por otra parte, si se analiza el momento político, tampoco se puede descartar que alguna persona o grupo con ansias involucionistas aprovechase un hecho como ese para echar gasolina al fuego. Por todo ello, el único que realmente sabe si tiene un repóquer o tan solo una pareja es El Rubio y la persona que le hizo el supuesto encargo. Lo que no me acaba de convencer es que todo lo que pasó ese fin de semana fuera únicamente un intento de robo que salió mal", concluye Mar Padilla.