CRÍTICA DE DANZA

Dame tu mano, dulce y bella criatura

El Gran Teatro de Córdoba acoge la obra dirigida por Asun Nogales

El Gran Teatro de Córdoba acoge la obra de danza contemporánea dirigida por Asun Nogales.

El Gran Teatro de Córdoba acoge la obra de danza contemporánea dirigida por Asun Nogales. / Óscar Barrionuevo

Vivir por mantener lo bello y morir por esa promesa. “MORT” se escucha tras el telón: está siendo cavado en un plano ascendente. Las líneas que pintan el espacio son limpias, porque son certeras. La doncella, figura de un tiempo ya vivido, de una vida efímera, oscila inmediatamente debajo. Así se inicia La Muerte y La Doncella, obra de danza contemporánea dirigida por Asun Nogales. El sistema de luz espera concreto, con columnas cenitales que miran hacia abajo el lado derecho de la escena. El ojo del espectador permanece con ella; no la quiere abandonar. Siente que, por las notas del espacio sonoro, pronto algo será arrebatado. 

La figura-doncella se desplaza con todas la curvas de sus brazos. Se extiende vertical desde la nuca hasta el cabello aireado. Anhela seguir en contacto con su espacio, con su suelo y con su duración. A su vez, una segunda figura está mirando hacia la pared central. Es un cuerpo grisáceo que transita entre los tiempos del verbo; que desea estar deslizándose en lugar de aguardar, quieto y solo. “¡Déjame, ay, déjame!”. La Doncella acompaña a la exhalación en off, a la falta de aire. Respira pero ya no inhala. Es alcanzada por aquella que se mueve rectilínea desde el torso y por el suelo: “Dame tu mano, hermosa y tierna criatura”. Ha abandonado la tensión del muro que separa lo real de lo posible. Ahora, la muerte abraza a la doncella, la arrastra hacia el nicho del óbito, horadando la pared gris con un foco cenital. 

¿Cuánto dura una vida falleciendo? Tiempo injusto, ¿cómo verlo transcurriendo? No sirven los sentidos ordinarios del mundo real y gris. Los tiempos habituales tampoco, porque la muerte captada en una pantalla, en una fotografía, de nada sirve. Es una imagen muerta: un tiempo ya consumado. Será el arte que no deja de moverse quien amplíe el intervalo entre lo vivo y lo muerto. La Muerte y La Doncella se representa en un escenario donde el gerundio tiene gusto oleoso, cuerpo y color. Es ámbar atravesando el muro entre huecos invisibles, gracias al juego de luces diseñado por Juanjo Llorens. Con una mirada háptica, se siente danzando entre cubículos el tacto orgánico de brazos, espaldas y pies anaranjados. Los intérpretes fulguran: son Rosanna Freda, Carmela García, Eila Valls, Alexander Espinoza, Mauricio Pérez, Salvador Rocher y Eduardo Zúñiga. Superan el muro, que pasa a ser un límite desbordando: “¡Vete, feroz esqueleto! ¡Soy joven aún, vete, querido!”. Se siguen la muerte y la doncella en una coreografía de siete cuerpos verdosos y ligeros. 

De lo rígido del obire sale un rectángulo que lleva un cadáver vestido de azul. Para que pueda ser visto tendrá este que estar en movimiento. Lentamente, lo invitan a salir del eje vertical mientras la luz blanca cubre el escenario. Atracción y pulso: “Soy tu amiga y no vengo para apenarte”. Ámbar, brilla ahora y estará muerta de todos modos. Cuando el foco central domina el espacio, vemos cómo la pared, muro y separación entre mundos, ya no late. No respira. Es un cuadro que se va haciendo más pequeño, sin vida. 

Un hálito tiene forma de cubo. En la esquina más inferior permite a las figuras abandonar el espacio. Una permanece y, con tres brazos, traza un círculo. Inicia la expresión que continuará el resto de cuerpos encajados. Escriben en un tiempo que se ha roto: “Vas a dormir lentamente en mis brazos”. La que se acaba de morir mira al rostro que fue y que ha quedado sentado en el marco de la ventana. Bailan libres porque se ha cruzado el umbral del todo. Ahora se lee en un solo trazo: en La Muerte y La Doncella la exhalación es cada vez más rápida porque el corazón marca el tempo. Pide una esperanza, un día más, un gerundio que caiga rendido solo después de haber bailado hasta la última grafía del término “MORT”.

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