ENTREVISTA | Ginés Liébana Pintor y escritor

"Cántico fue una proeza, una isla independiente"

Ginés Liébana, en su casa de Madrid.

Ginés Liébana, en su casa de Madrid.

Rosa Luque

Rosa Luque

Como sabe que no se escapa de ninguna entrevista sin que salga a relucir el grupo Cántico, Ginés Liébanatrae escrito con su bonita letra de miniaturista lo que significó aquel grupo de amigos en las letras españolas, no tanto para darle trascendencia como para que no se le diluya en la memoria: “Cántico fue una proeza, una isla independiente en que quedó abierta la creatividad, de tal manera que se convierte en una experiencia viva -lee en la hoja suelta que saca de su mochila-. En su momento fue vanguardia, y era futuro, y ahora pasa a ser el lenguaje que converge con la línea más perfecta de los continuadores. Y la obra publicada solo es un porcentaje de lo que se depositó. Hay mucho que ahondar en su clasicismo, pero la cantera está en Córdoba. Y la forma de estar de Cántico persiste en su lenguaje, ese hallazgo de los poetas en el terrible silencio de Córdoba. Yo trato de continuarlo”.

Como tantas veces se ha contado, Ginés conoce a Pablo en el instituto, y ahí empieza todo. “García Baena es la persona más indefensa y la más elegante, él no quiere herir a nadie de ninguna manera, tiene una forma de ser tan delicada que no es de este mundo. Por eso se fue a Málaga, y por eso me marché yo. Ahora hay una comprensión más grande por todo. Pero estuvo bien, porque no hay nada más interesante que la persecución”.

¿Es que de jóvenes se sentían ustedes perseguidos?

Es que ser artista en los años 40 era como ser una gentuza. Ahora las niñas bien de Córdoba se han dedicado al arte, pero antiguamente estaba mal visto. Las mujeres no trabajaban, todo lo más tocaban el piano en casa.

Cuénteme sus andanzas juveniles con Pablo García Baena, tan distinto a usted que supongo que se complementan.

 Pablo era tan hermético que paseaba por la calle sin hablar. Era divertidísimo. Yo con 11 años fui a ver una película amorosa muy fuerte que se llamaba El demonio y la carne, que yo llamaba El demonio y la carne del cocido, y se la contaba todos los días. Nos reíamos mucho. Los de Cántico teníamos mucho sentido del humor, aunque el más zumbón era Ricardo Molina, se reía de todo, pero con un conocimiento... En eso está la grandeza de Córdoba.

¿Ha cambiado al cabo de los años su visión de ‘Cántico’?

Pues sí, porque no es lo mismo ver las cosas en los 40, que en los 80, los 90... Ahora sé que Pablo, Ricardo y Juan Bernier son poetas de la misma categoría que García Lorca. Esta gente tiene una cosa, un estigma que solo lo da Córdoba.

¿Cómo era Ricardo Molina?

La persona más brillante, con más sentido del humor y más lista. Se sabía de memoria trozos de La odisea. Yo no he visto una cabeza más privilegiada. Lástima que muriera tan joven.

¿Y Bernier?

El tipo más fuerte y a la vez tan frágil como un vaso de cristal. Tierno, salvaje y rudo. Eso es clásico de los grandes. Tenía algo de sangre alemana y se le notaba, esa cosa terrible como en Beethoven.

Cuando García Baena y usted lo conocieron vivía escondido a causa de la guerra, ¿no?

Sí, se había escondido en una casa de la calle Armas porque si se hubiera quedado en su casa habrían ido a por él. Luego se fue con los nacionales al frente para ocultar sus tendencias, y todo por la envidia y la censura. Nos vio por una especie de gatera a Pablo y a mí pasar por allí, los dos todavía con pantalón corto; nos llamó y nos hicimos muy amigos. Nos llevó a la Biblioteca y ahí empezó nuestra formación. Y Sevilla la considerábamos como si fuera Florencia, ahí estaba la pintura, la imaginería...

¿En qué momento pasaron de ser un grupo de amigos a un grupo literario?

Siempre fuimos amigos, luego con Mario López, Julio Aumente y Miguel del Moral. Pero yo me fui pronto a Madrid, a trabajar en la revista El Español. Me fui porque había que irse y amar Córdoba desde lejos.