CRÍTICA

La Orquesta de Córdoba y la Navidad según Bach

Orquesta, coros y solistas se entregaron, este pasado jueves en el Gran Teatro, a una interpretación de gran mérito al tratarse de una de las obras corales más exigentes del repertorio

Un momento de la interpretación del 'Oratorio de Navidad' de Bach, por la Orquesta de Córdoba, en el Gran Teatro

Un momento de la interpretación del 'Oratorio de Navidad' de Bach, por la Orquesta de Córdoba, en el Gran Teatro / MANUEL MURILLO

Solo cuando uno se sumerge en una ejecución en vivo del Oratorio de Navidad de Johann Sebastian Bach comprende plenamente la magnitud del empeño y del riesgo que conlleva. A diferencia de sus Pasiones, donde el arco de tensiones es conducido inexorablemente hacia el momento de la expiración en la cruz, clímax de la obra, en el Oratorio de Navidad la exposición por cuadros de los diferentes episodios en torno al nacimiento, su carácter yuxtapuesto, sin jerarquías aparentes ni puntos álgidos, ofrece un raro y pío estatismo que, en su enorme longitud, pone a prueba la resistencia de cualquier melómano. Asombró presenciar las deserciones puntuales entre el público en el descanso entre las cantatas Tercera y Cuarta. Y eso que el edificio estaba siendo levantado con enorme musicalidad y gran corrección, a pesar, una vez más, de la aridez acústica de la sala, sin reverberación y con los timbres apagados, situación que restaba transparencia al juego polifónico de orquesta y coro.

Sobre el escenario tuvimos, diríamos, dos evangelistas. El tenor Juan Sancho, el Evangelista de la obra, deslumbró con su timbre lírico-ligero y una depuradísima técnica de respiración que le capacita para resolver límpidamente las espinosas agilidades requeridas por Bach y desplegar un gran fiato. Su narración fue firme y variada, y su Frohe hirten (Amables pastores), enroscado sobre el dulce solo de flauta de una sobria y poética Laura Llorca, marcó uno de los puntos álgidos de la noche. Nuestro otro evangelista fue, como no podía ser de otro modo, nuestro titular, Carlos Domínguez-Nieto, que supo adelgazar el sonido de la Orquesta y extraer de ella sonoridades históricamente informadas. Tempi alla breve, baquetas duras, contención del vibrato en la cuerda, nos anunciaban el intenso trabajo de ensayos precedentes para amoldar el sonido orquestal al imaginario del compositor, pero el fraseo y la acentuación expresiva marcas de la casa añadieron un plus de belleza y emoción al discurso, a menudo tan ausentes en la práctica HIP. 

Desde la exaltada salutatio inicial, ¡Jauchzet, frohlocket! (¡Alegraos, cantad felices!), la Sociedad Musical de Sevilla y el Coro Ziryab sortearon con solvencia las inclementes exigencias vocales, brillando especialmente en unos corales cuidados y reflexivos. Del conjunto destacaron las sopranos, por su juego afinado y flexible, y hubiéramos deseado una mayor diferencia tímbrica entre tenores y bajos para equilibrar la masa sonora. Solistas adecuados, con una soprano Cristina Bayón inspirada en el Flößt, mein Heiland (Quizás, Redentor mío), el dúo con soprano-eco, de gran belleza, una entregada Marifé Nogales, compensando con un enfático fraseo ciertas limitaciones en los extremos de la tesitura, y, finalmente, el bajo Javier Povedano, de timbre seductor cuando el canto renunciaba a la búsqueda de una resonancia excesiva y se plegaba a un decir de mayor intimidad. Un apunte final a las determinantes contribuciones de Isel Rodríguez, violín, Pau Rodríguez, oboe, y Arturo García, trompeta.

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