CRÍTICA

En la bandera de la libertad se danza

Un momento de la coreografía 'Pharsalia', de Antonio Ruiz.

Un momento de la coreografía 'Pharsalia', de Antonio Ruiz. / RAFA ALCAIDE

Pharsalia, obra de poesía. Es herida que yace bajo la piel. Poesía del obrar, tejida por el Fatum y sometida a la Fortuna. Henchida ante un patio de butacas aún encendido, la poesía adquiere un volumen contorneado. Es aire contenido entre la piel y el órgano. Es lo sentido. Una figura aparece y se pierde en esta superficie elevada del suelo, anaranjada y cenital. Se inicia esta pieza que danza, contemporánea y bellamente dirigida por el cordobés Antonio Ruz, quien coreografía el tacto de un cuerpo herido con la composición orgánica y su descomposición hacia el gesto libre de organicidad, de organización. ‘Las profundas de verdad son las heridas de brazos de conciudadanos’, versaba Lucano. Pharsalia danza sobre compromiso roto por las muertes de todas las partes que componían la organización de un cuerpo de guerra. Desde la Farsalia del poeta cordobés Marco Anneo Lucano, esta obra homónima se extiende liberada porque se inicia vencida, libre para dejarse morir en una expresión envuelta y plástica.

En este Gran Teatro entregado al arte y sus formas, la poesía se acaricia, y aún no se alcanza. La danza permanece en su afuera, íntimo y en abyme con el cuerpo herido y cada vez más lleno. De suaves uniones entre extremidades, se abrazan en la reestructuración de un cuerpo previo y tras una guerra. La intención de erguirse vertical se cede al cálido suelo. Ambos cuerpos son metonimia de esta estética de herida abierta. La sensibilidad y afección de la creación artística de Ruz marcan en esta primera secuencia la fluidez de los gestos, que confabulados con la delicada iluminación, diseñada por Olga García, emulan curvas apoyadas que se pisarán y abandonarán hacia la mecanicidad de las líneas quebradas y rectas de todo cuerpo movido por otros en las imágenes siguientes. Unos y otros movimientos articulan esta Pharsalia, y recuerdan a su imagen lucana, retórica y aparentemente contrariada, amante del mito y tan estoica: carne desgarrada en forma de poema, en verso representado. Y entre ella, entre sus fibras, sus costillas y sus partes fragmentadas, la tragedia se aligera. Es aire visto y desvanecido sobre este doble espacio escénico con forma de burbuja, que la practicidad y talento de Alejandro Andújar muestran cerrada aparentemente, con su cara frontal translúcida para dejar ver su interior. En su Farsalia Lucano escribe: ’Queda oculta la fibra del pulmón jadeante y una pequeña fisura corta las zonas vitales. El corazón está aplomado, las vísceras expelen sangraza por unas grietas abiertas y los intestinos revelan sus ocultas cavidades’. Lo verde define lo que era y es espacio intersticial, intestinal y nutricio y lo que son cuerpos en marcha arrastrados hacia un telos que les desborda y que les pide una unicidad orgánica para moverse y luchar por un mismo destino.

 En esta cavidad igualmente cárnica, las palabras latinas operan la acción épica. Son parte del fatum que, gracias a la incomprensión del código lingüístico, sostiene la atención en los hilos de los cuerpos a los que da sombra y que enjaula en una prisión donde los barrotes son las propias costillas. Si el cuerpo está sometido al significante, su sentido permanece sin ser descubierto. La danza y sus signos en connivencia con los de la luz, del espacio sonoro y la estructura se encargan de cubrirlo hasta que sea segura su expresión en un cuerpo que necesita reconstruirse dolido, cuando la herida cicatrice, y con ello, libere el aire.

En el conflicto, la organización de los órganos preside la puesta en escena, que se mueven con ángulos rectos y precisos. Un nombre susurrado y gritado más tarde la dirige: ‘Caesar. Caesar. Caesar. Caesar’. La Fortuna vira hacia él como lo Uno, donde sus extremidades no interesan si no son como parte del precio orgánico a pagar en una guerra civil. Se re-doblan. Anna B. Andresen, Elias Bäckebjörk, Joan Ferré, Carmen Fumero, José Alarcón, Manuel Martín, Lucía Montes, Alicia Narejos, Selam Ortega, Isabela Rossi y David Vilarinyo son la composición danzarina, eficaz y excelente que se articula en luchas especulares, donde los gestos son simétricos entre cuerpos combatientes. Porque son lo mismo. Son conciudadanos. Son cuerpo e imagen. En esta transducción dramática de Rosabel Huguet, el daño es sentido por el otro, en la misma postura. Con secuencialidad van cayendo ambos, sin posibilidad de disociarse, porque pertenecen al mismo cuerpo.

Prosigue una danza en la pérdida. Los puntos de luz se refractan sobre la herida y acceden a las muertes, de forma indirecta, por su lirismo. Ahora los focos están dentro de la cavidad, donde las bailarinas los moverán en una serie de cuadros que versarán sobre la belleza de lo descompuesto y lo abyecto. La Fortuna ha cambiado de parecer. Caprichosa les pide un grito mudo que se ahogue en su paroxismo. Ruz y Andújar lo relatan desde una luz nadir y una denuncia corpórea colectiva que reclama un recomienzo digno. Las fuerzas fallan, y el grito adquiere presencia y sonido cuando el cuerpo se zarandea, crepita y se emancipa de su sombra paralela. El Pathos se vive con un efecto de inversión, en el que los rastros de las figuras en contacto con la tierra se proyectan desfigurados en la pared de fondo.

 Caesar, todo el envés del hueco torácico está pisado y recubierto por las figuras en danza, que yuxtapones en un reflejo único: son el mismo cadáver arrojado al mar y arrastrado a una nueva orilla. Caesar, las voces intentan ponerse erguidas en la tenuidad de la úlcera. Caesar, ¿ahora son libres? Caesar, ¿es posible su recomienzo cuando lo han perdido todo? Ahora en tu nombre, Fortuna, la danza expresa un hálito, ese último sentido, y es fuerza de cambio que recompone y recoge las partes para formar un cuerpo nuevo. Renace lo que está latiendo por encima del órgano. Es Pharsalia,  poética del grito embellecido por contornearse con sentido y sinceridad. La realización escénica del poema consigue con la danza contemporánea una estetización expresionista desde la pérdida del ser colectivo por un desgarro interno. Ruz actualiza el recuerdo de epopeya con una nueva poesía que se invierte entera y excede el escenario para sentarse en primera fila. Contemporánea, ondea una bandera sin color que significa a todas las vencidas, las figuras que yacen y lo seguirán haciendo por una causa en off y latente sobre nuestras cabezas. Tras varios minutos de aplauso y sentimiento vivido de pie, Pharsalia se acerca todavía más, dejándose tocar y abriéndose al patio de butacas una vez el telón de boca se ha cerrado. Con las preguntas lanzadas por el público, Ruz y su equipo cuentan cómo ha sido el proceso de la obra; su nacimiento y desarrollo con todas las dificultades técnicas y artísticas, emocionales y racionalizadas. De este encuentro cálido y cercano, unas reflexiones actuales y pandémicas sobre guerras entre civiles y barbarie se extienden con las palabras lucanas: "¿Por qué destrozarlo todo? ¿Por qué te esfuerzas en destruir el universo entero? Ya no hay nada mío, Fortuna".

FICHA ARTÍSTICA:

 •  Dirección y coreografía: Antonio Ruz

•  Bailarines y colaboración coreográfica: Anna B. Andresen, Elias Bäckebjörk, Joan Ferré, Carmen Fumero, José Alarcón, Manuel Martín, Lucía Montes, Alicia Narejos, Selam Ortega, Isabela Rossi, David Vilarinyo

•  Diseño de escenografía y vestuario: Alejandro Andújar

•  Música original: Aire

•  Diseño de iluminación: Olga García

•  Dramaturgia: Rosabel Huguet

•  Coordinación técnica: Espacio Átomo

•  Producción: Paola Villegas, Gabriel Blanco – SPECTARE

•  Sastrería: Esther Fiol, Rocío Pozuelo

•  Coproducción: Teatros del Canal y Museo Universidad de Navarra

•  Con el apoyo de: Gran Teatro de Córdoba, Teatro Central de Sevilla y MapasFest

 Lugar y fecha: Gran Teatro de Córdoba, el 03/12/2022.

Suscríbete para seguir leyendo