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análisis

Un tímido cambio de rumbo

El Concurso Nacional de Arte Flamenco llega a su fin | El paso del tiempo plantea nuevos retos y ya queda lejos el empeño por el rescate de los cantes primitivos

Premiados y autoridades en el Concurso Nacional de Arte Flamenco. Ó. BARRIONUEVO

Desde aquella mítica fecha de 1956 en la que se celebró la primera edición del Concurso Nacional de Cante Jondo, que más tarde se definiría como Concurso Nacional de Arte Flamenco, este certamen ha gozado y sufrido como cualquier evento que resiste con admirado estoicismo la nada despreciable cifra de 66 años, en los que se ha dignificado el flamenco y sus intérpretes en las tres especialidades que lo conforman: el cante, el toque de guitarra y el baile. Ningún aficionado o experto en este arte debe poner en duda la importancia del concurso de concursos impulsado en aquella histórica fecha por el poeta y fundador de Cántico, Ricardo Molina, el flamencólogo Anselmo González Climent y el alcalde de la época, Antonio Cruz Conde.

Desde entonces las siguientes ediciones han mostrado un caudaloso río de la diversidad del género en los tres pilares citados, calificado con frecuencia como un admirable «laboratorio del flamenco clásico».

Figuras de la talla de Fosforito, Antonio Mairena, Fernanda de Utrera, Paco de Lucía, Serranito, José Antonio Rodríguez, Paco Peña, Vicente Amigo, Manolo Sanlúcar, el Lebrijano, El Pele y Luis de Córdoba, entre otras muchas, fueron algunas de las grandes s figuras que alumbraron el panorama flamenco como no se había hecho nunca. Pero el paso del tiempo plantea nuevos retos y ya queda lejos el empeño por el rescate de los cantes primitivos, como pretendía el Concurso de Granada de 1922 y el de Córdoba, que acaba de celebrar su 23 edición, donde se ha podido valorar el empuje de una juventud que desea abrirse paso en el intrincado universo de este arte.

Esta edición ha supuesto un escaparate en el que se ha podido percibir un tímido cambio de rumbo en algún que otro planteamiento escénico. Aun resuenan esas voces rasgadas y llenas de vitalidad que los concursantes han expuesto hasta la extenuación, sobre todo, en el acompañamiento en el que la trinidad cante, guitarra y baile ha alcanzado cotas de extraordinaria altura. Hoy se canta para bailar con el ímpetu que demanda este tiempo, si bien hemos echado en falta, no con carácter general, una mayor sutileza en algunos pasajes del desarrollo del baile. Ahí cada cual juzga por sí mismo quién es merecedor de premio y la consabida decepción a la hora de emitir el fallo. No entraremos en análisis de cada cual, porque haríamos un flaco favor al prestigio del concurso. El jurado tiene la suficiente preparación y conocimiento para emitir su dictamen, aunque este choque con algún que otro sector del público, fiel testigo tarde tras tarde de los diferentes planteamientos, llevándose cada cual para sí su particular concepto de las actuaciones y el secreto de su veredicto. Bastantes de estos aficionados que remontan su presencia en anteriores ediciones echan de menos, y el que escribe estas letras también, la diversidad de premios de antaño donde se ponía a prueba la capacidad específica de uno u otro palo, así como el del baile y la guitarra.

El Premio de Cante, otorgado a Rafa del Calli, merece todo nuestro apoyo y consideración, ya que la extraordinaria escuela fraguada en el cante para bailar, además de la influencia de la gitanísima saga familiar, ha dado sus frutos. Enorme sentido del compás, bien arropado por su gente, y ese desgarro agitanado de su garganta que en los momentos más enjundiosos recoge con maestría en sus inverosímiles tercios. Le deseamos lo mejor, al igual que a todos los que han concurrido en esta edición del concurso que proclamamos «como el mejor del mundo», pero que, indudablemente, necesita una revisión, algo que demanda la afición que se ha dado cita en el Góngora y en el Gran Teatro estos días, ávida de ver a estos jóvenes artistas, que han puesto el listón muy alto, aunque la ausencia de premios no debe de postrarlos en el desánimo porque poseen mimbres suficientes para enaltecer con extraordinaria dignidad su compromiso con nuestro arte.

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