“Los cuadros tienen su propia vida”, Jackson Pollock. Hay que tener mucho valor para hacer volar una novela desde el punto de vista de un cuadro. Como lo oyes. “Azul noche” es una obra escrita en gran medida a partir de lo que narra “Postes azules”, de Jackson Pollock: desaparecen las distancias entre arte y espectador, entre quien crea y quien observa. Angela O’Keeffe logra una fusión de pensamientos, emociones y misterios dibujados con trazo poético y envueltos por pinceladas vigorosas y delicadas en una armonía que no se tambalea en ninguna de sus 150 páginas. La autora de este prodigio atraviesa el espejo de la realidad, casi como una Alicia en el reflejo de las maravillas, y se adentra en las profundidades del expresionismo abstracto representado por un cuadro abierto a infinidad de vías de impresión. Lo vemos nacer en 1952. Vemos cómo crece desde Nueva York hasta Australia, cuando el gobierno lo compra. Y se arma una polvareda que trasciende los marcos del arte. Poética y poética, en agreste comunión.

Pero “Azul noche” no solo responde a ese planteamiento audaz. Es, además, la historia de una estudiante de arte en horas bajas que conecta con la obra de Pollock con una vehemencia que tiene mucho de naufragio, quizá de salvación. Alyssa, que así se llama la exploradora del mundo Pollock, mantiene una relación con la obra del artista que va más allá del aspecto puramente académico. Hay tantos porqués que investigar... Las razones del afán destructivo, con señales de violencia como rastros de furia acumulada. El vínculo conflictivo y desafiante con su esposa, Lee Krasner (artista, como él). Y la conclusión brutal del accidente de tráfico que marcó el final.

Con esos elementos, O’Keeffe construye una pieza de orfebrería narrativa donde cada palabra es esencial, como esos cuadros en los que una no falta ni sobra una pincelada. El arte como inspiración no solo de creadores, también de quienes los observan. El arte que, muy de vez en cuando, fue capaz de alterar la vida de una sociedad. Ese arte imprescindible, de hondura y resonancias sin límites.

Todo empieza con alguien que vuelca la pintura de una lata sobre el suelo. Atención: creador en movimiento. Es guía en busca de un horizonte, es horizonte en busca de una guía que desee sueños comunes. Podría contemplarse la novela como un poema en prosa donde las palabras enhebran sentimientos (“Somos silencio”) y los gestos se hacen elocuentes en su caligrafía más íntima. Un fontanero llamó a sus cuadros “mapas de carretera hechos polvo”. Aquel autor de “mapas” fue considerado alguna vez el más grande pintor vivo de Estados Unidos. Con “Postes azules” consiguió algo más que pintar un cuadro: lo llenó de historia interior. De vida. Por eso la obra sufre miedo, desencanto, tristeza, se siente abandonada en su periplo de un lugar a otro, con el “padre” ausente. Necesita que la miren, no solo que la admiren. Que vean su alma y lean en ella.

¿Cómo vive una pintura, que llegó a ser la más cara del mundo en el mercado moderno? La novela ayuda a responder una pregunta que pocas personas se han hecho. Quizá ninguna. El peso de la ambigüedad, el dolor de la ausencia de pertenencia y la falta de sensibilidad hacia lo que se representan convierten los viajes del cuadro en una auténtica aventura, en la que no falta ni el ingrediente del cautiverio en un almacén. “No estés demasiado seguro de que la narradora es la narradora”, advierte el libro. No hay certezas, no. El misterio palpita en cada página. En cada pliegue de la vida interior de una obra que nos habla, provoca y entiende. “Un cuadro empieza antes de empezar”: también un libro cuando se convierte en una invitación a comprender enigmas tales como que el dolor que puede ser maravilloso.

“La historia es una polilla; su destino es la luz”. O’Keeffe se dirige hacia la luz sin desviarse de ninguna sombra de Pollock aunque acepta que “el pasado se podía cambiar, no era inmóvil”. Máxime cuando se es “esclavo del futuro”. El diálogo entre pintura y exploradora es fértil, cómplice, irresistible.

Cuando el cuadro pasa el testigo de la narración a Alyssa la novela se vuelve más analítica (sobre el arte, sobre la política, sobre el amor y el matrimonio) y reflexiva (sobre la propia vida y sus circunstancias, con rescates vitales y palabras luchadoras). “Vivir es saber”: tras la lectura de esta joya literaria sabemos más de Pollock, de su vida y de su arte, de su cuadro inmortal y del Arte con mayúsculas. Si “la escritura es un secreto contado antes de tiempo”, lo que ha hecho la autora con su novela es adelantarse a todo y a todos para revelarnos lo que hay detrás del lienzo de la existencia e invitarnos a reconocer que “en el arte, la muerte es vida”. Y el mundo es aún más pleno. Imposible no cruzar el umbral de la última página sin un escalofrío de (re)conocimiento. Creer, crear: nos va la vida en ello.