Kiosco Diario Córdoba

Diario Córdoba

REPORTAJE

Cinema esperanza, memoria de los cines de los años cincuenta

Gran parte de los sueños y esperanzas de la infancia y juventud de Córdoba de aquellos tiempos se forjaba en los mitos de la gran pantalla

Terraza Santa Rosa: Mucho público infantil en la sesión de este cine ya desaparecido. | FRAMAR/RICARDO/A.J.GONZÁLEZ/CÓRDOBA CÓRDOBA

Para muchos de los niños y niñas y de los chavales y chavalas que en la década de los cincuenta deambulábamos en las calles y barrios de Córdoba, gran parte de nuestros juegos, nuestras ilusiones, quimeras y esperanzas fueron conformándose a través de los mitos del cine. Un cine producido principalmente por esa Fábrica de Sueños que era la industria cultural norteamericana de Hollywood, tan acertadamente descrita por Ilya Ehremburg.

A más del propio interés económico, el cine cumplió en el franquismo una función apaciguadora. Junto a las tabernas para los hombres, al regreso de una agotadora jornada laboral, las radionovelas para las mozuelas y amas de casa a la hora de la costura, y los tebeos de Hadas, Roberto Alcazar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz, Pulgarcito, TBO... para las niñas y niños, como evasión y entretenimiento individual, las salas de cine y las terrazas en la temporada estival eran lugares de concentración para el solaz, donde los cordobeses de forma colectiva, pero a su vez personalmente, éramos transpuestos durante unas dos horas a mundos muy dispares al nuestro.

Gary Cooper: Admirado por la chiquillería en ‘Solo ante el peligro’.

El ir con la familia a los cines de verano, algunos con nombres evocadores a la fantasía: Delicias, Florida, Zarco, Esperanza... O de majestuosidad: Palacio del Cine, Cinema Coliseo, Cine Imperial, Estadio, etcétera, portando la tortilla de patatas y la gaseosa de a litro, zambulléndose en una fresca noche estrellada de ensueños, suponía un recambio vital imprescindible al horrible cocedero en que se convertían las pequeñas habitaciones de las casas de vecinos, expuestas durante todo el día a las altas temperaturas y a la calina de los meses de julio y agosto de Córdoba.

Plaza de Toros: La cartelera exhibe la programación en el antiguo coso de Los Tejares.

Al mismo tiempo, el cine de verano era un lugar para el encuentro social; ya a la entrada o salida, ya en los descansos, se intercambiaban conversaciones y saludos entre amigos o vecinos y los chavalones aprovechaban para lanzar sus requiebros a las mozuelas. Al atardecer se regaban las terrazas y los abundantes arriates y macetas, de tal manera que al acceder al cine el aire estaba imbuido de los más estimulantes y agradables perfumes.

Rita Hayworth: Estrella indiscutible de la pantalla grande.

Mis primeros recuerdos del cine me sitúan a la edad de cuatro o cinco años. Desde el rellano de la escalera de la casa de vecinos veíamos la mitad superior de la pantalla del cine Esperanza, situado en la calle Ravé. Cada noche con mis amiguillos disfrutábamos como «espectadores de gorra» de una película, cuyo título habíamos averiguado previamente y de cuya trama tenía que hacer mi padre las explicaciones complementarias, la mayoría de su cosecha, para obtener una historia satisfactoria del mutilado filme.

El NO DO: Obligada exhibición antes de cada película.

Ir al cine como premio

En las postrimerías de los años cincuenta, la chiquillería reclutada para la Catequesis por Don Manuel, el coadjutor de Santiago, teníamos como premio la asistencia al cine del huerto de la iglesia. Charlot, Stand Laurel y Hardy (el Gordo y el Flaco), Harold Lloyd (Jaimito) y varios deteriorados westerns, principalmente de Kit Karson y el Toro, provocaban risas y una gran algarabía de chiflidos o aplausos según fueran «los malos» o «los buenos» los que dominaban la acción. El uso de estas identidades temáticas dirigidas al público infantil y juvenil, como fórmula repetitiva de las películas estadounidenses, ha sido analizado después por Umberto Eco y Omar Calabrese.

En verano, los sábados por la noche asistíamos a las sesiones del cine Estadio, en el campo de futbol del Arcángel. Allí acudían multitud de familias de todo el barrio. La mayoría sacaban la entrada más barata de gradas, y aunque a primera hora las escalinatas estaban todavía recalentadas, se compensaba con el maravilloso espectáculo de la bóveda celeste y la Vía Láctea en las noches claras de julio. Este inefable escenario favorecía una onírica simbiosis con el clímax predeterminado por el realizador del filme.

A los pequeños, las películas que más nos pirraban eran las de acción, en su mayoría norteamericanas: de la Warner, la Metro, la Fox o la Paramount Picture, y las clasificábamos como de vaqueros, de risa, de romanos, de guerra, policiacas y de amores, siendo estos dos últimos grupos los de menor aceptación. Los westerns eran siempre las preferidas, y todas nuestras discusiones versaban sobre quien era el pistolero más rápido del mundo, si Gary Cooper, Alan Lad o Burt Lancaster, a los que tratábamos de emular en nuestros juegos del día siguiente utilizando pistolas de madera.

Terraza Magdalena: Privilegiado y también desaparecido enclave para disfrutar de la noche.

De esta época también recuerdo todas las películas de Cantinflas producidas por Cesáreo González, desde Abajo el Telón, El bombero Toreo y Sube y Baja hasta El Bolero de Raquel, ya en technicolor. Los gags de este cómico castellano parlante usando retruécanos y juegos de palabras, junto a su desgarbada figura y sus simpáticas muecas de un gran valor expresivo, sólo eran superados por el gran Charles Chaplin. La producción y distribución del cine mejicano debió ser muy abundante en esos años, pues se exponían muchas películas de Pedro Armendáriz, Jorge Negrete y María Félix. Sin embargo de cine español solo recuerdo Morena clara de Imperio Argentina y Miguel Ligero, producida por Cifesa, Currito de la Cruz de Luis de Lucía, Marcelino Pan y Vino, y poco más. Inolvidable es, creo que para todos los de mi generación, la ingente cantidad de ediciones de NO DO del cual soy todavía capaz de tararear la entradilla musical que trataba de complementar con imágenes «los partes informativos» de Radio Nacional de España. Estaban dedicados principalmente a mostrar las realizaciones, inauguraciones o viajes del «Jefe del Estado, Francisco Franco», su esposa o sus ministros. A pesar de la gran solemnidad con que Matías Prats nombraba «al Caudillo», los chavalillos pensando que era el rollo que retrasaba el inicio de la película, siempre aplaudíamos cuando el informativo finalizaba.

Con trece y catorce años, como la situación económica familiar no daba para mucho, para obtener algún dinerillo, en verano siempre había que buscarse un currelo. Por las calles, de vendedor de plátanos tirando de un carro desde las Lonjas Municipales donde mi jefa los compraba a los mayoristas, o con triciclo, repartiendo pan del Horno de Santa Eulalia o hielo de la Fábrica de la Magdalena, eran los oficios, de cuyos ingresos recibía yo de mi madre la paga semanal, que me ayudaba a mantener la ya gran afición al cine. Entre mis amigos la mayoría de las veces yo optaba por esa diversión en vez de los billares, los bailes o los bares. De esta manera, durante un periodo de mi vida tuve que emocionarme, sobrecogerme, llorar, amar o reír junto a actores y actrices como Silvana Mangano, Sofía Loren, Victor Mature, Bogart, Christopher Lee, Ingrid Bergman, Rita Hayworth, Marilyn Monroe, Jack Lemmon, Tony Curtis, etcétera, los cuales con sus hazañas y peripecias ocuparon profundamente mis ilusiones e imaginación.

No hay duda de que el cine condicionó a muchos cordobeses en el futuro desarrollo de nuestra personalidad. En fin... ¡Nadie es perfecto!

* Nicolás Puerto Barrios es ingeniero en Telecomunicaciones

Compartir el artículo

stats