Diario Córdoba

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CRÍTICA TEATRAL

Porque el dolor me ha hecho eterna

Jornada del viernes 8 en la Feria de Artes Escénicas de Palma

Un momento de la representación de 'Castigo de Dios'. GERARDO SANZ

Sentido rasgado. El teatro es juego que se disfraza de distancia sólo para reflejarte a través de su cristal. Sentido sesgado. El teatro es juego que se desnuda frente a ti sólo para inflamarte de perspectiva, zarandearte hasta caer a su lado y abrirte desde los párpados para ver la posibilidad de un cuerpo que, en soledad esencial, hace vibrar las artes escénicas con el mundo. Los Otros del relato cotidiano, esos personajes estigmatizados y secundarios de los que sólo vemos una imagen parcial (estereotipada a veces, cortada por el torso en otras, o incluso gallinizada con violencia), han recuperado su primer plano este último día de la 39 edición de Palma. Feria de las Artes Escénicas.

Danza Mobile presenta su Castigo de Dios, separando cielo e infierno por la mitad justa, acercando el ojo a esa delgada línea, frágil y de suelo mullido, donde reposa el texto de Joaquín Doldán sobre la dirección de Gregor Acuña-Pohl. Cuatro personajes se mueven, suben y bajan, entran y salen, se persiguen y se cantan por el plano intersticial, de acuerdo a la coreografía diseñada por Manuel Cañadas. La figura-ángel se despide del público cada vez que sale del cuadro, haciendo a cada ‘adiós’ un desgarro de la cuarta pared. Escenario límbico vestido por Mar Aguilar; escenario donde las luces que siguen a su Dios parten del trabajo de Benito Jiménez. Arde la aceptación de una coincidencia aparente, de una imagen de ojos rasgados que toma el foco y desequilibra lo establecido. En este cuadro sin tiempo, pero no sin Dios, la ternura siente y es sentida, gracias al talento y la gracia inherentes de Javier Centeno, José Manuel Muñoz e Ignacio Lledó. La imagen parcial se rebela y revela, entre llamas de pluma naranja, que la necesidad operativa de una categorización según una normatividad, ya árida y caduca, no puede justificar la discriminación y el estigma social. Brillante y certera, la actriz Dania Mellado es la voz aislada por este signo fatal que es el estigma. Símbolo y Dios, hace ver los errores del trazo histórico para poder concienciar hacia una deconstrucción humana, diversa, inclusiva, abierta y colectiva. Para encuadrar en plano-detalle la esencia, el aura y la energía de las personas, las figuras divinas rasgan los ojos. Caerá del imaginario. Debe caer ese castigo de Dios; debe desgajarse de su sentido atribuido con prepotencia por una ciencia ciega. Cae sobre el discurso social, y nos coge de la mano para bailar sobre una perspectiva acogedora y sin embargo, ininteligible para los que continúan obcecados en andar por andar: sin reflexión ni conciencia social.

Jean Genet, poeta para los muertos, dramaturgo y mártir, escribía: ‘No se es artista sin que intervenga una gran desgracia’. Sí, a todo es la imagen-percepción de una primera persona donde la muerte, representada por Maka Rey, le hará los coros, le complementará el discurso al añadir una capa de espacio sonoro y le visitará en la noche más bella: la noche en la que no hay miedo, sino que hay encuentro con el ‘yo’ más resguardado, que cierra los ojos y espera no padecer las desgracias de un amigo, de un conocido, o de un desconocido. Porque el peor acontecimiento es el que le pasa al Otro, a Alguien, es decir, a una figura sin nombre propio. Antonio Álamo dramatiza y dirige una escena sin paredes para que esa maravillosa distancia con el hecho artístico y su sufrir se reduzcan a su ser onomatopéyico: aire y gesto, la palabra ‘distancia’ sólo es signo vacío cuando el actor Abel Mora efectúa el acontecimiento, lo padece, lo enferma y lo aproxima al espacio más íntimo.

'Sí a todo'. GERARDO SANZ

Dejas de ser, olvidas el sentido útil atribuido a tus objetos personales. Desechas esa personalidad de las llaves, del pañuelo olvidado y de la cartera. Desechas toda identificación, porque allí donde vas no puedes llevarte la primera persona. ¿Acaso has sentido la muerte? No, porque tienes que salir afuera de ti, a la neutralidad desde la que podrás verla a Ella como el ‘bulto’ que podrá sonreírte o llevarte consigo. Pero no habrá miedo, porque el sentido ya ha sido olvidado: para ella no tenemos nombre propio. A todos nos visitará una noche. Y mientras la espera, Sí, a todo es un flashback que la muerte conduce desde el primer plano para acabar afectando al todo teatral: a los Alguien que permanecen en el patio de butacas, recordando a un ser querido al ritmo marcado por narrador-personaje sin nombre propio, sin ‘yo’. No lo tiene, porque no lo conocíamos, al soler ser actor secundario. No lo tiene, porque no lo necesitaba al estar tan cerca de la muerte como para susurrarle al oído o cantarle con el acento más sincero.

Sí, a todo. No tienes nombre, ni foco para elegir operarte o no. Sí, a todo lo que te digan: ‘como un cachorrito que acaba de nacer’. La UCI gaditana es descrita con gestos y por ojos que tiemblan ante lo incierto. La imagen alcanza la garganta cuando los órganos y sus pedazos arrebatados por la enfermedad se reflejan en un andar torcido, propio de un mueble de carne que se viste la nariz con una bola violeta. Con ello, Sí, a todo representa el espacio de la muerte vista por el lado derecho. Metonímicamente, es también espacio de la obra de arte que exige al creador perderse fuera del ‘yo’ para poder verla de costado. El arte y la muerte forman la realidad más inmediata: ‘Estoy vivo’ se escribe en la arena de un tiempo propio y anochecido.

Respiras, estás sentado y eres una gallina. Así se inicia Josefina la gallina puso un huevo en la cocina, creación de Vaca 35 Teatro. La metáfora nos cuenta que acumula huevos, los mima, los mece sobre una red que flota y los acaricia con arena en un receptáculo-ataúd. La gallina-actor quería ser golondrina, y sin embargo, acabará siendo tratada como un perro. Desde estos signos de animalidad, la directora Diana Magallón detalla el exilio y la supervivencia humana con imágenes en las que la metáfora irá hacia su literalidad: la narrará en primera persona, para designar el daño particular que se extiende y alcanza a cuerpos que ya no pueden defenderse. Ni una más—se grita. Ni una mujer más. Pongo un recuerdo por vosotras y me comprometo a manifestarlo. Ojalá le salgan plumas; ojalá se detenga el bucle de sucesos diarios de mujeres desaparecidas, encontradas sin uñas, sin cabeza, sin dedos: despojadas de identidad, gallinas muertas.

Excelso y sincero, el actor José Rafael Flores es la gallina en la que deviene con impotencia una persona que nace y sueña; que espera a que nazca un pollito cuando acompaña a la esfera blanca en todo su camino. Es la persona que sufre violencia y acoso: gallina Josefina que ahora recuerda esas imágenes-huevos, suyas y de las mujeres que conoció, y no puede dejar de cuidarlas. No pueden caer en el olvido colectivo. El desgarro es necesario, la metáfora continúa desplegándose sobre un mural, visibilizándose como la imagen parcial, fragmentada a golpes y que ha necesitado perderse a sí misma para ser Ella, la gallina sobreviviente que no necesita de la primera persona para contar, porque representa a las gallinas sin voz y sin nombre. Putas, porque se aman las unas a las otras, se acarician y se acicalan: se curan entre sí. Josefina la gallina puso un huevo en la cocina es la metáfora violenta que, antes del fundido a negro, se llora al observar a una suerte de pollito que se vale por sí mismo para andar.

‘Y tú, ¿qué ave eres?’— me dijo. ‘¿Yo? Soy un colibrí’—respondí.

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