Diario Córdoba

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CRÍTICA DE MÚSICA CLÁSICA

Orquesta de Córdoba: Schumann fauvé

El director invitado, el mexicano Juan Carlos Lomónaco, entregó interpretaciones de gran intensidad de obras de Mozart y Schumann

Penúltimo concierto de abono de la Orquesta de Córdoba celebrado ayer con el director invitado Juan Carlos Lomónaco. A.J. GONZÁLEZ

El penúltimo concierto de abono de la Orquesta de Córdoba, con dos sinfonías archiconocidísimas de Mozart y Schumann, la Vigésimoquinta y la Renana respectivamente, era un concierto de director. El estado de forma de la Orquesta ya era conocido por su desempeño en recientes sesiones. Las obras forman parte del repertorio habitual de la melomanía más extensa. Quedaba la incógnita del director, del planteamiento interpretativo, de las decisiones de velocidad, de intensidad y fraseo que, aquí y allá, son las que hacen que una misma pieza pueda adquirir una fisonomía distinta, que diga cosas diferentes. Incluso contradictorias.

El mexicano Juan Carlos Lomónaco, sustituto in extremis del inicialmente programado Guillermo Garcia Calvo, llegó sonriente al podio, mostrando evidentes signos de agradecimiento. Fue una entrada amable. Acto seguido se giró y, marcando el inicio de la sinfonía de Mozart, dio inicio a una corriente eléctrica fustigante que atravesó todo el concierto hasta la nota final. Tal era la intensidad solicitada que la Orquesta apenas bajó del mezzoforte, anulando, por ejemplo, el misterio en la obra de Mozart pero potenciando, por contra, el drama. Opción plausible en cualquier caso. En Schumann, sin embargo, se nos hurtaron los remansos líricos que tan necesarios son para, en contraste con las partes heroicas, dar la verdadera dimensión inestable y ambigua que caracteriza la escritura schumanniana. El Nicht Schnell y el Feierlich pedían un poco más de sosiego, más calma contemplativa. Los colores, y los acentos, fueron fuertes en todo momento, y más que ante un Constable, parecía más bien que estuviéramos contemplando un paisaje fauvé de André Derain.

La Orquesta se mostró entregada a los dictados del maestro mexicano, con toda probabilidad en reconocimiento del esfuerzo acelerado del reemplazo. Las cuerdas demostraron seguridad y agilidad toda la velada. Pocas veces hemos percibido así, por potencia y empaste, el discurso de los primeros violines, a los que fue posible seguir en todas sus intervenciones. Esta novedad sonora provocó una rara sensación de equilibrio sonoro entre la cuerda aguda, la central y la grave. De los instrumentos de viento, las trompas fueron, digamos, un poco a su aire, compensándonos con una llamada hacia la reexposición en el Lebhaft schumanniano que nos clavó en el asiento. Sensacionales oboes curvilíneos en el Trio del Minueto mozartiano. Aplausos complacidos del público al final de un concierto que pasó como una exhalación. Solo queda ya la «fiesta latina» final.

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