Metateatro cómico. Teatro de un teatro que se inicia en el patio de butacas del Gran Teatro, anoche y en las tres siguientes. La distancia obra-público queda abolida antes de tomar asiento a la desesperante cadencia de un “¿Has visto a un perro en la puerta?” La función que sale mal se inicia con los técnicos-actores pidiendo ayuda con el decorado aparentemente afuncional y clamando aplausos y silencio, pues será bajo esa forma, de sonido suspendido, en la que la comicidad teatral se exprese en todos los planos dispuestos por la dirección de Sean Turner sobre el texto de Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields, adaptado a su vez por Zenón Recalde.

Las risas del público cordobés han sido ese velo constante que acompañaba cálido y espontáneo a la adaptación sonora y de iluminación de Carlos Alzueta, inicialmente diseñada por Ric Mountjoy. En esta obra, son varias las técnicas dramáticas que han definido el contorno de esta forma de teatro en el teatro, en la que la metateatralidad se yergue sobre una puesta en escena teatral dentro de otra. Simultáneamente, aparecen dos textos, uno dicho y otro que lo reviste con gracia. A diferencia del primero, este metatexto no mantiene una distancia con el acto teatral, sino que encarna en su metateatralidad toda confusión hilarante, desbordando el texto que quería ser interpretado dentro de la metadiégesis.

Ejemplo de ello son las imágenes donde la alteración no sólo de los actores-personajes, sino de toda la escenografía de Nigel Hook, desentendida de sus estructuras, eran el centro de interés de la escena, y no el texto que se intentaba recitar en el mismo espacio, pero en diferente plano. Se debe a que en esta estética de la comicidad reina un sinsentido en el que las palabras no se corresponden con el objeto que solían designar.

Así, cuando se ha dicho la palabra libreta, el objeto que se ha cogido es un florero, y se ha escrito en él con un lápiz especial: una llave, pues lápiz no había sobre la mesa. Los actores-personajes ven cómo se retuerce un texto en el otro, siendo sus errores visibles y conscientes los que permitan a la hilaridad esculpir la forma de la obra, de exquisita metateatralidad.“No se ha dado cuenta nadie: ¡una improvisación perfecta!”—dirá el actor-personaje Víctor de las Heras. Este lenguaje segundo, metalenguaje singular, no opera con normas ni sentidos comunes, sino con el sinsentido que nace de estos artificios, siendo la significación del metateatro cómico la no concordancia entre expresión y expresado: se dirá con mayor sentido que se está triste, con la mayor sonrisa en el rostro; un líquido inflamable será el signo metateatral de un whisky que el actor no fingirá beber, sino que lo escupirá al tiempo de un “¡Por Dios, qué bueno está!”.

Todos estos detalles en movimiento están dispuestos en una poética teatral de la afuncionalidad, que es al mismo tiempo una poética metateatral de la funcionalidad. Una curiosa técnica metateatral ha sido hacer coincidir en la misma escena a un personaje desdoblado en tres cuerpos: por las actrices Carla Postigo, Aránzazu Zárate y por un reloj, siendo el desmayo requerido interpretado por este último: la actriz está en el reloj, pero la metateatralidad estalla en la imagen de ella siendo el reloj.

Sin duda hay que ver esta puesta en escena para sucumbir al genio y soltura del elenco formado por Héctor Carballo, Víctor de las Heras, Carla Postigo, Armando Pita, Aránzazu Zárate, César Camino, David Ávila, Ricardo Saiz, Luciana De Nicola y Adrià Olay. Gracias a ellos, las escaleras se bajan en horizontal y la risa se libera en las ausencias de texto, componiendo la forma cómica que recuerda a aquellas en las que el esfuerzo y el empeño son las fuerzas que dirigen una obra o una actividad a una salida no esperada, sino risible y no por ello menos funcional. Porque La función que sale mal es esa metacomedia adscrita al arte dramático y que insiste a la vida cotidiana vista a una distancia cercana. “Puedo explicarlo todo”—dijo. “No, no creo que puedas”—contestó.