Que la maquinaria cultural de una ciudad demuestra funcionar adecuadamente se comprueba cuando algunas de sus piezas más notables se ensamblan para poner en pie espectáculos como el presenciado anoche en el Gran Teatro. La conjunción de Orquesta de Córdoba, Conservatorio Profesional de Danza y Escuela Superior de Arte Dramático dio como resultado una Historia de un Soldado que, por frescura, imaginación y calidad, será recordada largamente por quienes tuvimos la fortuna de estar allí presenciándola.

Más allá de los peros críticos posibles, estas conjunciones experimentales terminan enriqueciendo a todas las partes implicadas. Al público, que lo disfruta, desde luego, pero a la Orquesta, por ejemplo, por sacarla de su rutina concertística. Y, sobre todo, a esos jóvenes, actores, actrices, bailarines, para quienes esta aventura tendrá un significado especial en sus incipientes y prometedoras trayectorias. Nuevo ejemplo de los derroteros inquietos y experimentales que transita la Orquesta, y que, con la anunciada nueva Gerencia que viene, confiamos en que se consoliden y amplien.

Dominik Wilgenbus, director de escena, planteó inteligentemente la historia entre los asientos y atriles vacíos dejados por la orquesta tras la primera parte del programa. Mientras director e instrumentistas ocupaban sus posiciones habituales, la acción escénica acontecía entre ellos, mezclando en el mismo espacio las capas de la ficción —la representación— y de la realidad —la ejecución musical—. Puntuales interacciones entre mimos y músicos ayudaron a desdibujar aún más esos límites en un acertado juego de ambiguedades. Fabuloso el trabajo de Tamara Rueda como narradora, con una voz y una manera elegante de contar la historia. Triunfal el derroche físico y expresivo de Alejandro Garasa en un adorable Soldado. Elegante Lucía Pareja como Princesa. Adecuadamente histriónicos Javier Valdizán y Paula Domínguez como el Diablo y su Doble.

Carlos Domínguez-Nieto volvió a demostrar que le tiene cogida la medida a la música de Stravinsky por su capacidad de hacer que la música suene al tiempo, al ritmo y a la expresión justas. A veces melancólica, a veces burlesca, danzable o atmosférica. Un acompañamiento de lujo, donde gran parte del éxito se debió al nivel exhibido por los solistas convocados. Tanto disfrute generalizado tenía por fuerza que hacer palidecer la primera parte del programa, una Serenata n°2 de Brahms, obra que atesora bellezas pero irregular debido a la bisoñez del compositor cuando la compuso. La interpretación, que contaba con el refuerzo de estudiantes del Conservatorio Superior de Música, pecó de exceso de prudencia y se vio lastrada a la postre por algunos tempi más lentos de lo deseable y la desafortunada decisión de alejar la orquesta de la boca del escenario, lo que nos privó de un sonido más limpio y tímbricamente diferenciado.