Diario Córdoba

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Crítica de danza

'Sí, quiero': corazón libre

La bailaora y coreógrafa Mercedes de Córdoba presenta su espectáculo en el Gran Teatro

Imagen del espectáculo 'Sí, quiero', de Mercedes de Córdoba. CÓRDOBA

Mujer libre, Mercedes de Córdoba, que con un estallido inicia el baile de Sí, quiero. Ella lo marca, porque la Danza es ella. Con los dos pies quebranta el suelo, cambia la iluminación y hace surgir el baile flamenco entre vuelos negros y blancos sobre una vertical grisácea. La estancia queda definida y se compone el arte jondo, en un plano complejo donde el escenario muestra en encuadre a figuras estáticas que se miran, seguidas por las voces y el compás que frontalmente observan a una figura central, puro movimiento. Interesante es también el espacio no visible, del que las fuentes de música, guitarra y percusión, quedan ocultas al patio de butacas del Gran Teatro y que, sin embargo, no pueden tener una presencia tan concisa y nítida en la ausencia que crea la opacidad del gris. En un instante, el diseño rápido y limpio de iluminación de Antonio Valiente ha creado una imagen en la que tan sólo persistirá ante nosotros la bailaora deslizándose por la diagonal que crea un único foco cenital. Ella desaparecerá, pero no la Danza y sus capas, porque entrarán a escena cuatro nuevas figuras, que en mímesis y técnica impecables, avanzarán por el escenario desarrollando los gestos fugaces en los que toda parte del cuerpo queda comprometida al flamenco, y que no duda. Porque el compromiso con el baile es una afirmación vital que Sí, quiero lleva hasta el título de la obra. 

La danza se actúa: se canta, se baila, se toca. En definitiva, se mueve. Este arte escénico no puede existir entonces sin el diseño de la propia danza: su coreografía. Conocedora de ello es Mercedes de Córdoba, referente cordobés del baile flamenco, quien ha brillado como coreógrafa, directora escénica y artística. La línea que traza en este espectáculo jondo junto al músico Juan Campallo comprende desde el Romance “Promesa”, seguido de “D’amas” y pasando por la Solea “pará” y desgarrada, para llegar a la Siguiriya, al Taranto y a la Petenera, que confluían en tiempo entrelazándose por el espacio dramático de “Olvidadas”. Una imagen de celebración, de tangos y folklore enhebrados entre platos y copas, ha suscitado la sonrisa del público, que ha acogido la gracia y comicidad del “Yeli, Yeli”, colaboración coreográfica de Manuel Liñán. 

Los giros a compás son veloces, sin dejar al cuerpo dejar de tocar el punto superficial donde crece el arte flamenco

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La mirada de la bailaora enmarca con fuerza, rigor y pasión lo que es el baile flamenco contemporáneo. La danza pisa el suelo con confianza y reiteración. Es horizontal y todo su gesto tiende a la tierra, a sus raíces. Los giros a compás son veloces, sin dejar al cuerpo dejar de tocar el punto superficial donde crece el arte flamenco. La figura rehusa mirar hacia arriba porque este baile discurre a la altura de sus ojos, cuando estos coinciden con los del cante, confabulados a su vez con los de la guitarra. La flexión del cuerpo forma parte de la estética del baile, siendo las manos las que inician el movimiento que los pies terminan. Se sostiene la tensión en una curvatura, en una forma donde el sentir transgrede el eje del cuerpo para ser liberado en su contacto con el origen, con el suelo. Se revelará una forma de clavel a partir de las faldas plegadas, y no cesará de existir mientras el taconeo continúe, vivificado gracias a la riqueza creada por el toque de guitarra de Juan Campallo, la percusión de Paco Vega y el cante de Jesús Corbacho, Pepe de Pura y el gran Enrique “El Extremeño”, todos ellos sostenidos por el compás de José Manuel “El Oruco”.

Además de la figura-clavel protagonista de la obra, Mercedes de Córdoba, la danza y la interpretación han sido encarnadas con tenacidad y sentido de la estética por las bailaoras María Carrasco, Cristina Soler, María Reyes y Águeda Saavedra, quien ha sobresalido en el baile de palillos con una técnica y expresión que ejemplificaban la doblez física y emocional a la que toda bailaora y bailaor se somete cada vez que pisa el escenario. Todas ellas se despiden en un final abierto, danzando como bellos claveles yuxtapuestos a una música cantada y tocada en un movimiento arraigado al suelo por el que insisten los sentidos del riesgo de todo artista y del compromiso para sí y con el arte, pues en Sí, quiero no se habla sino del arte enraizado con la vida. 

‘Sólo vive quien arde’. 

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