Amor. Son risas desplegadas en un mar que las trae con aire salino. Un naufragio trágico transita a comedia cuando deja el mar para vivir en la tierra. Así, entre el espacio dorado y añil, Noche de Reyes es abierta sobre ejes en los que el amor enredado y el ser necesitado de sí para amar quedan contenidos y atravesados por figuras de sentido y sinsentido. Régimen de locos o de cuerdos, el compromiso de excelencia de la directora Helena Pimenta se firma con esta propuesta que ella y el dramaturgo Álvaro Tato versan sobre la obra de William Shakespeare

Se ha de transmitir la esencia del mensaje, necesidad poética que reverbera de un océano hiperrealista abierto en la horizontal, de teatralidad candente y diseñado por José Tomé y Mónica Teijeiro. La racionalidad exhalada en esta realidad contenida precisa de una densidad y textura que sólo la iluminación concisa y serena, propuesta por Fernando Ayuste, es capaz de sonsacar con gracia a este muro vertical. El juego se instala en la intersección de tres puertas, comunicándonos frontal y sinceramente una hilaridad de múltiples caras, de acuerdo a la visión y coreografía de Nuria Castejón. La comedia bufa es el plano escogido por Shakespeare y mantenido con elocuencia por Helena Pimenta. Las notas aisladas y compuestas por Ignacio García median y se enredan entre los pasos y gestos de unos personajes que, tan pronto han entrado en encuadre, desatan las risas abultadas y con ánimo de dar su réplica desde el patio de butacas del Gran Teatro. 

Diversión de reyes, las figuras nos lo recuerdan. Ellas nos avisan, tras un marco sin cristal, que la forma del sentido no dista de la de sinsentido, y es que el talento y brillantez del elenco actoral componen imágenes de delicioso metateatro. Su lenguaje transgrede el signo de un mar pintado, que deja de ser una hermosa pared de una estancia, o incluso el cielo del que la playa pende, para ser mero material. De frágil y bidimensional realidad, el espacio al que emulaba se desgarra por el desdén de un personaje que se asoma y se apoya sobre él, o por el de una pierna que necesita corromper su significación en un acto apasionado. El genio de la risa se lo ha concedido, y con voz alta y proyectada, han relucido las actrices Haizea Baiges (encarnando a Viola, quien a su vez interpreta a Cesario), Carmen del Valle (en el papel de Olivia), Victoria Salvador (interpretando a María) y los actores Rafa Castejón (que representada en su doblez a los personajes de Malvolio y Antonio), José Tomé (quien también se desdobla dando voz a Orsino y Sir Toby), Patxi Pérez (en la hilarante piel de Sir Andrew), David Soto Giganto (siendo el elocuente bufón Feste), y Sacha Tomé (en el papel de Sebastián). 

La ensoñación conseguida desde este arte dramático e isabelino provoca una locura: una lucidez que sosiega y desmaraña los malentendidos. Palabras falsas, palabras golfas de calzas amarillas. Su sinsentido baila entre la escena que se pliega sobre sí para dar lugar al sentido del amor, desvelado desde una comicidad natural y cercana a ese rostro espectador presente en los teatros de Shakespeare. Quedará la ausencia de todo rostro sobre el espacio, siendo las miradas que persisten en penumbra quienes callan las palabras, asumen su sentido y se levantan en un cálido aplauso. Cae la lluvia, sopla el viento y la función se termina.