Solo por la elegante fotografía en blanco y negro (el color queda reservado para captar la anodina imagen televisiva de un chat) de Paul Gilhaume y la ambientación sonora del compositor, especialista en música electrónica, conocido como Rone, bien merece la pena disfrutar este filme. Pero es que además está firmado por Jacques Audiard (responsable de títulos tan interesantes como Un profeta, De latir, mi corazón se ha parado, Dheepan... o ese western tan original que es Los hermanos Sisters) y, en la escritura de guion, se ha hecho acompañar -y se nota- por Céline Sciamma (Retrato de una mujer en llamas) , Léa Mysius y Nicolas Livecchi para adaptar las historias del dibujante estadounidense Adrian Tomine, que han trasladado al París del barrio de Les Olympiades (este es el título original de la película), un espacio que filma con suma elegancia -un poco como Woody Allen hizo en Manhattan- y donde se ponen en escena una serie de relaciones entre jóvenes de la denominada generación millennial. Jóvenes que se encuentran y conversan, aman, hacen sexo, coinciden o no en sus intenciones e ilusiones… Soledades, al fin y al cabo, que se entrecruzan y lo intentan, aunque a veces conectan y otras no, según. Y de las interpretaciones qué decir, pues sencillamente que redondean la faena de este cineasta, ayudan a que todo acabe funcionando. Algunos de los intérpretes son desconocidos y, en el principio de sus carreras, no podrían tener una mejor presentación. Incluso Lucie Zhang fue premiada como mejor actriz en el Festival de Cine Europeo de Sevilla en su última edición. Pero, en general, todos están sobresalientes: Noemie Merlant, Makita Samba, Jehnny Beth…

El esquema argumental, incluso el tono de los diálogos, podría recordarnos un poco a Eric Rohmer. Por ejemplo, en sus Cuentos morales observamos que alguien se enamora, después de dejar a la pareja con quien estaba al comenzar el filme y con quien luego vuelve a reencontrarse al final. Y perdón por el spoiler.

Por cierto, no se pierdan la última secuencia.