Incienso que nos invita a tomar asiento. Olor que nos sienta y que nos hace sentir, en este viernes adolecido, la senda del vértigo. Encuentro de los presentes de San Juan De la Cruz y del nuestro en esta superficie santa y sensible al duelo, al consuelo y al recuerdo, gracias a la programación del IMAE. Encuentro entre artes, entre flores de las que la vida en palabras del poeta descalzo y la nuestra quedarán ligadas brevemente, y ello es suficiente, en la íntima puesta en escena dirigida con tenacidad y gusto por Lluís Homar. Será la música callada de Frederic Mompou la figura presente cuando el silencio del Cristo de Velázquez hable para ser admirado.

           Alma sosegada que se eleva desde el arte. Necesita ver para verse, y precisa que sea de noche. Sola, la luz se impone sobre las tinieblas, luz propuesta por Dani Checa que transita a viva voz por el espacio diseñado por José Helguera. Un punto de luz, la llama temblorosa de un cirio en la horizontal izquierda, nos alarma de que algo surge del piano de Emili Brugalla. Algo, ‘un no se qué, que se halla por ventura’. Y es que todo en el espacio imaginal, las singularidades de un libreto, de un cuadro y de un piano, no hacen sino confabularse en una obra dialógica entre la poesía, la pintura y la música. Alma y Palabra. San Juan de la Cruz se presenta y se recibe con los pies descalzos, pues el contacto con el suelo es requerido cuando los versos desnudos nos incitan a reducir densidad para sentir el alma de San Juan de la Cruz.

           Poesía mística, poesía encarnada con la sensibilidad de la excelsa y reconocida actriz Adriana Ozores, y que en movimiento a la vez ligero y enraizado, se engarzaba con la mirada intensa, cálida e inmersiva del fulgurante Lluís Homar, siendo ambos la Poesía que canta y que se acerca cuando es llamada por la Música tocada por el talentoso Emili Brugalla. Este último, junto con Lluís Homar, Adriana Ozores y la dramaturgia de José Carlos Plaza, tejen un diálogo entre versos, para el placer del público exquisito que ha venido al Teatro Góngora a un reencuentro. Somos seres que cedemos al silencio sonoro de Mompou. Nos deleitamos con lo recitado desde el escenario, por sus costados, a través de ellos y tras ellos, y que ha alcanzado los palcos para hablarse frente a frente, siendo estos el cuerpo aprisionado y su alma que lo mira con pesar, pero lo admira con amor.

           Alma y Palabra es una poesía que se mueve, pero que busca lo eterno, lo absoluto. Que se pierde en su amada tan sólo para encontrarse consigo misma al borde de un abismo. Será en esa noche oscura y de amores inflamada, donde ‘para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada’. Apelaremos al silencio florido y nos acercaremos sigilosos. Admiraremos al Cristo de Velázquez y nos disolveremos en el espacio que sólo crea la proximidad a una obra de arte cuando es entendida, cuando es querer ser vista y no olvidada. Extasiadas, las figuras poéticas se miran por última vez, en su giro sobre sí y hacia sí mismas. Las notas nacidas en su seno las guían mientras los brazos del Cristo las acompañan antes de que el fundido a negro, que tantas veces significa final, esta noche simbolice su recomienzo como seres desnudos buscándose entre materia, tiempo y olvido.