En relación a la inminente vigésimocuarta edición del Festival de Música Contemporánea de Córdoba, no empezaremos hablando de atonalidad, micropolifonía, música concreta o minimalismo sacro. Diremos que en los tiempos de Instagram, lo visual está sobrevalorado. Las imágenes se consumen aceleradamente. Lo visual, lo que queda fijado fuera del tiempo, nunca había tenido tan poca duración, paradójicamente. Escuchar, por contra, pausa los ritmos. Escuchar nos instala en lo que Gómez Losada llama el «tiempo grande». Escuchar no es fácil. Y, sin embargo, nunca se había oído tanta música en la historia de la humanidad. Esa accesibilidad permanente hace que nuestro ritmo de consumo de música sea muy alto. Cuando nos gusta una obra, la escuchamos repetidamente hasta el cansancio. Esta situación representa una novedad histórica, porque, ¿Cuántas posibilidades había a lo largo de una vida de escuchar en vivo una obra antes de la invención de los medios de grabación? Entre ocasión y ocasión, pasaba el tiempo suficiente para que en la audición siguiente aún se descubrieran cosas nuevas en lo ya oído.

Hay músicas que necesitan ser escuchadas en vivo. El flamenco, por ejemplo. O la que llamamos música contemporánea es otra. Es música que apela a la experiencia del tiempo y del espacio. Del aquí y el ahora. Es un lugar común hablar de su dificultad, su ininteligibilidad, su elitismo... Efectivamente, en la música contemporánea, como en cualquier manifestación artística actual, hay de todo. Pero lo primero que apela la música de nuestro tiempo es a nuestra capacidad de atención y de escucha, a nuestro sentido de apertura hacia lo desconocido y la ausencia de prejuicios. Acudir a este tipo de conciertos no ofrece placer evasivo sino experiencia. Y esa experiencia, nos acabe finalmente enamorando o no lo escuchado, será un logro transformador por el mero hecho de habernos dado a nosotros mismos la oportunidad de prestar un poco de atención a lo inesperado. Además, siempre pueden ocurrir gratas sorpresas. Por ejemplo, comprobar que la música contemporánea no muerde.