En su última novela, 'Qué hacer con estos pedazos', la novelista colombiana Piedad Bonnet (Amalfi, Colombia, 1951) narra una historia de soledad sin paliativos, sobre una vida que parece "una fresa que se pudre". En un momento de la lectura este cronista escribió al margen de las páginas del libro, editado por Alfaguara, como otros suyos, entre ellos 'Lo que no tiene nombre' (2013) o 'Donde nadie me espere' (2018), esta frase: "La vida es una hijoputez". Páginas más allá se leía en la propia novela: "La vida es una mierda". "¡Vaya reflexiones!", exclama ella cuando le contamos el hallazgo. Reflexiva, esta poeta importante de la lengua española, invitada ahora por la Residencia de Estudiantes a dar a conocer su literatura muchas veces premiada, habla como si estuviera viendo lo que pasa en la vida que cuenta, fijándose no solo como una narradora, sino como alguien que ha visto crecer, en sus personajes de ficción, pedazos de su propia vida.  

¿Cómo nació este libro?

De todos los libros que he escrito, este es uno de los pocos en los que se me dificulta reconstruir el proceso creativo. Lo empecé poco antes de la pandemia, luego llegó esta plaga y como que la memoria empezó a funcionar de una manera distinta. Lo primero que se me ocurrió fue lo de la cocina, que forma parte importante de la trama. Porque hace mucho tiempo, quizá unos ocho años, remodelamos la cocina de la casa y fue un caos absoluto, con tropiezos y absurdos. Entonces yo quería escribir unos cuentos y uno de ellos era algo cómico alrededor de una cocina. Lo apunté y ahí quedó. Pero un día volví a esas notas y dije: ¡es que esto es una novela! Una novela de la cotidianidad agobiante. Ya estábamos en la pandemia y, al estar confinados, me abrumé un poco y empecé a escribir. Cuando llevaba unas diez páginas, las releí y dije: esto es de una pobreza terrible, muy prosaico. Me asusté mucho. Y me puse a leer a los que escriben bien.

¿Qué autor le ayudó?

A mí me gusta mucho John Banville. Pero Banville era muy poético para esto que iba a hacer. Entonces me fui a Vivian Gornick, a sus Apegos feroces. Porque este libro tiene que ver con el apego y la relación malsana de Emilia con el marido. Y ese libro de Gornick me ayudó mucho. Me recuperé. 

"Yo solo subrayo los desencuentros de las mujeres en general y reivindico la amistad, que es lo que nos salva. Porque el mundo familiar es muy arisco"

¿Tenía dificultad con el pensamiento, con el lenguaje o con la autobiografía? Porque en el libro hay fracaso y dolor. El desdén es tal que el marido no tiene nombre.

Las dificultades fueron formales, de lenguaje. Pero, sobre todo, me metí con el tema de la vejez por mis papás, que son muy viejitos. Sí hay una parte autobiográfica, pero durante la pandemia me impactaba más el maltrato que había hacia las mujeres. Y, dentro de eso, me pareció más necesario subrayar el pequeño maltrato. La idea era hablar de una crisis personal a través de la crisis de una cocina. Y la otra cosa que se me ocurrió señalar es cómo muchas mujeres de mi generación conquistamos rápidamente el terreno laboral, pero nos quedaron atascos o la impronta de la formación religiosa, de la que no nos hemos liberado del todo. Esa era la idea con la que estaba trabajando. No tengo miedo de que digan "este es el marido de Piedad, esta es su hermana, esta es su madre…". Yo no tengo miedo de eso. Yo sólo subrayo los desencuentros de las mujeres en general y reivindico la amistad, que es lo que nos salva. Porque el mundo familiar es muy arisco. Hace poco, corrigiendo las pruebas de mi poesía completa, me di cuenta de que el tema de casi toda mi obra es la familia. La relación del padre con el hijo, los resquebrajamientos, las incomprensiones dentro de la familia. Vi a mis padres tan viejitos y pensé, por ejemplo, que no conocía bien su relación. 

Hay frases en la novela que resumen el esplendor y la tristeza, y que se entrelazan.

Es que la descomposición atraviesa. La descomposición de la relación matrimonial. La de los cuerpos. La de las casas. 

La descomposición de la vejez. La dependencia agresiva que une.

Eso es algo muy generalizado, más de lo que pensamos. Mucha gente se queda en el matrimonio por costumbre. Me interesó mucho la coyuntura de los 65 o de los 70 años, porque es ahí donde es más difícil hacer la liberación. Porque se piensa que una mujer, después de los 60, no tiene opciones. Así que se resigna a una relación pobre. Y dice: pues ya mejor me quedo aquí.

Piedad, aquí asoman paisajes, pero no asoma su país.

Sí asoma, mira que están los estallidos sociales.

Pero el gran problema de Colombia no aparece.

No. Porque apareció en la novela anterior, 'Donde nadie me espere', en la que están los paramilitares, los guerrilleros, los narcos. Pero aquí no. Porque esto es en un mundo pequeñoburgués.

También hay una búsqueda. Y el lenguaje atrapa.

Es que era la única salvación, ¿cierto? Porque si estuviera escrito con truculencia, pues… Tiene que aflorar la belleza para que la literatura sea lo que permita respirar. 

Hay una soledad de dos.

Fíjate que hace muchos años yo escribí un poema que se llama así: 'Soledad de dos'. Pero lo que me atrapó ahora es que, durante el encierro pandémico, de pronto uno descubrió cosas del otro que… ¡uno no tenía ni idea! Será porque antes no había tiempo para verlas. Pero, al estar sin salir, todo el tiempo juntos, uno vio otras cosas. Además, hay otra cosa interesante: la pérdida del diálogo, de la palabra. Porque ahí está lo bueno de estar en pareja.

Y en los recuerdos.

Los recuerdos son como una cadena. Es lo que sostiene, sí. Y crea dependencia. Los recuerdos de los viajes, de lo que fuimos, de lo que soñábamos. 

"¿Cómo será vivir cuando uno ya no espera nada de sí mismo?" Qué muro tan insuperable, ¿no?

Es la idea de la vejez como no-futuro. Es muy duro, sí. 

¿Frases así le costaba escribirlas o surgían sin problema? 

Tú sabes que soy poeta. Y los poetas estamos entrenados para sintetizar así. Esas frases salen de la intuición poética.

"Uno se ve fuera de los recuerdos hasta cierta edad. Luego ya uno se ve como estando dentro"

Y de verse como un personaje de una película, de un sueño o de una pesadilla.

Es que uno se ve fuera de los recuerdos hasta cierta edad. Luego ya uno se ve como estando dentro.

Es difícil no pensar en los fracasos.

Es que el fracaso no es hacia afuera, es hacia dentro. Es la conciencia de uno que ha labrado sus propios fracasos. Bueno, hay fracasos que se dan por las circunstancias que nos rodean. Pero dentro de las relaciones personales uno ha de asumir el fracaso. Tanto por si tú metes la pata o si te esfuerzas por componer algo, por sacar adelante la relación con alguien, y no te sale bien. 

También está la podredumbre de la época. La agresión, por ejemplo, que consiste en que, en lugar de llamarnos, nos mandemos mensajes.

Sí. Eso ha causado un deterioro de las relaciones. ¿Dónde está la voz de tu gente? Bueno, también antes había cartas maravillosas y, ahora, un correo electrónico… ¿Dónde está caligrafía? Antes, también, ponías algunas fotos en un álbum y ahora tienes muchísimas imágenes en el celular y ya no sabes cuál es la más importante.