Mujeres, danzas y bailes del Ballet Flamenco Andaluz traen a la hipermodernidad el baile lorquiano. Esta noche se ha danzado con el tiempo mismo, en el espectáculo configurado por la mirada estética de la directora artística, coreógrafa y bailaora cordobesa Úrsula López. El Maleficio de la Mariposa se ha iniciado con las luces del Gran Teatro sobre el patio de butacas, y es que el Pregón de las naranjas no necesita un fundido a negro para atraernos y llevarnos a su lateral, mientras las figuras de la danza se preparan la entrada. Al son de una panda de verdiales seguidos de La Cachucha, anuncian a los ojos que los siguen en la oscuridad lo que la espectacularización del movimiento de los cuerpos y los pliegues de sus trajes son capaces de armonizar. 

El juego temporal entre transiciones ha trazado unas líneas de fuga que han mostrado sobre el plano la Danza serpentina creada por la bailarina Loïe Fuller, donde la luz blanca de los movimientos plegados sobre el espacio han colocado a la danza moderna en el centro del escenario, que sería seguidamente acompañado por las bailaoras y bailaores que difundirían por él, dotando de una nívea profundidad las líneas de baile creadas. Del ballet clásico español propio del Fandango de El Candil hasta la Modern Dance de Martha Graham, el baile flamenco se ha erigido como el hilo comunicante, agrupándose en un costado para disolverse por el espacio alternado entre tiempos, con letras de soleá por bulerías, la melodía de la Tarara, las falsetas míticas de farruca de Sabicas concluidas en una sexta dórica más propia del lenguaje del jazz o El Café de Chinitas enlazado con la Petenera. La música marcaba, incitaba a la danza a replicarle en sus transiciones, siendo este diálogo diseñado por Juan Jiménez y Alfredo Lago. Tras el baile de Úrsula López rematando con una Siguiriya y su cambio, El Maleficio de las Mariposas se deshacía en aplausos tras el expresivo y desgarrado Taranto interpretado vocal y corporalmente por Águeda Saavedra, siendo uno de los puntos brillantes del espectáculo junto al Silencio de la Alegría, bailado con pasión y elegancia por Alejandro Molinero.

La danza es un arte mudo, y su lenguaje es corporal. Está viva, porque es humana, porque es a través de sus brazos, sus rostros fijos, sus torsos erguidos, sus muñecas movientes y sus tobillos besando el escenario sin necesidad de ningún otro apoyo. Y ello es lo que esta noche ha sobresalido a la luz de los focos. Las bailaoras Águeda, Julia, Ana, Gloria del Rosario y Andrea y bailaores Alejandro, Isaac, Federico, Iván y Manuel son el elenco del ballet flamenco andaluz que han danzado desde y por el arte de la pura representación, actualizando el teatro de Federico García Lorca desde la primera luz vertical sobre sus ojos. Ellxs construyen y destruyen por el escenario a la cadencia con la que la danza huye de sí misma; a cada respiración exasperada para aplastar con su aire el suelo, que se confabula y responde a su paso con un sonido que sólo habla flamenco. Las figuras han fluido en su movimiento, precisamente porque este fluir, este sentir, son verbos propios del baile flamenco y la danza contemporánea. 

Bata de cola que no se detiene nunca, y que no conoce esa forma de vida porque que sería su muerte. Sin irrupción, la figura agita sus pliegues y evoca la estética del devenir-mariposa para continuar siendo, bailando y temblando. Ella se enfrenta al cantaor sin perder su centro, siempre iluminada por la gracia de este arte del baile flamenco. Porque la Danza es Ella, y no al revés. Ante la música que para Ella se mueve, los focos le avisan que ya no posee un nombre propio, sino que se ha convertido en elemento de la obra, en movimiento de rostro neutro: organismo sin cara que es la obra de arte ante nuestra mirada. ‘No te conoce nadie. No. Pero yo te canto’, Danza