El cuadro 'Mata Mua' vuelve a descansar desde la noche de este lunes en el Museo Thyssen-Bornemisza tras dos años de ausencia, intensas negociaciones y numerosos retrasos. El cuadro ha llegado esta noche en una operación marcada por la expectación y fuertes medidas de seguridad.

A las 21.17 el convoy que transportaba el cuadro ha llegado a la pinacoteca madrileña. En la puerta, le esperaba el director del Museo, Guillermo Solana, y numerosos medios de comunicación gráficos que han asistido a su llegada.

El 'Mata Mua', pieza central del acuerdo entre Carmen Thyssen y el Gobierno por el alquiler de su colección, salió esta mañana a primera hora de Andorra, donde ha permanecido en un búnker desde que hace dos años la baronesa Thyssen lo sacara del museo madrileño en pleno confinamiento.

El cuadro ha viajado en una caja de 80 kilos de peso, fabricada con madera impermeabilizada. Junto a él han viajado dos operarios y Lucia Cassol, Jefe de Registro de la Fundación Thyssen y tres coches de Policía Nacional que le han acompañado en su travesía por territorio español.

Los operarios han procedido a descargar el cuadro en el muelle del museo y allí se quedará doce horas inmovilizado para que se estabilice. El martes por la mañana se abrirá el embalaje, se supervisará su estado y se procederá a su instalación.

El museo lo ubicará en un lugar destacado de las nuevas salas que el museo ha acondicionado para acoger la colección Carmen Thyssen. Dentro de dos días, el miércoles 9, Iceta y Carmen Thyssen firmarán el esperado contrato de alquiler de la aristócrata.

Diez años de negociaciones

El 'Mata Mua' se había convertido en una cuestión central de las negociaciones entre el Gobierno y la aristócrata por su colección. Carmen Thyssen, que acumula años de desencuentros con el ministerio por este tema. La salida de la obra, nada más comenzar la pandemia, abrió una de las crisis más graves entre el Gobierno y la aristócrata.

La colección de la baronesa llegó al museo a principios de los 2000 con el objetivo de complementar a la de su marido -casi la totalidad de sus cuadros son de su herencia-, que es propiedad del Estado desde los noventa cuando fue comprada.

El museo ejecutó una costosa ampliación -38 millones de euros- para acogerla, pero Carmen Thyssen reculó en su venta y decidió que lo mejor era un alquiler. Las negociaciones se han sucedido durante más de una década -la cesión gratuita acabó en 2011-, y desde entonces varios ministros han conseguido alcanzar un acuerdo sin éxito.

La vuelta del cuadro era una condición indispensable para solventar el acuerdo, que se ha cerrado por 6,5 millones de euros anuales por 15 años y del que todavía está por conocer la letra pequeña. La cifra de cuadros incluidos será de 329, muy lejos de los 425 obras de la garantía de estado actual.

De Tahití a un búnker de Andorra

Sin quererlo, Paul Gauguin (1848-1903) se ha convertido en un protagonista improvisado del acuerdo. La obra es una de las más importantes de la colección Carmen Thyssen y uno de sus favoritos, con su nombre bautizó a su barco en Marbella.

El cuadro ha sufrido mil y un viajes hasta llegar a donde está hoy. Su periplo comenzó en Tahití, donde el pintor francés se marchó en busca de inspiración, tribus primitivas y del paraíso perdido. A su vuelta, su lenguaje, demasiado innovador para la época, no despertó muchas simpatías y el cuadro fue subastado y pasó por distintas galerías y colecciones privadas.

Salió por última vez en subasta en Nueva York en los ochenta y Heinrich Thyssen se encaprichó de él. Su viuda aseguraba que su marido "se entristecía si no compraba un cuadro a la semana". Como el coleccionista boliviano Jaime Ortiz-Patino también lo quería, ambos hombres de negocios acordaron que, para no inflar el precio en la subasta, lo comprarían a medias -fue vendido por 3,8 millones de dólares, un récord-. Cada uno se lo quedarían 2 años y medio; y al terminar el plazo -5 años- tratarían de alcanzar un nuevo acuerdo. Llegó 1989 y no consiguieron acuerdo alguno, así que el cuadro volvió a salir a subasta y el barón se quedó con él, por 24,2 millones de dólares, otro precio récord.

El mismo año que lo compró el barón lo mostró al público por primera vez en el Museo Reina Sofía de Madrid (1989), apenas un kilómetro de distancia de donde ahora descansa en su último viaje