Desde que en 2012 recibió su primer Goya por El muerto y ser feliz, José Sacristán lleva viviendo una década de premios, homenajes y renacimiento profesional que culminará el próximo 12 de febrero con la recogida del Goya de Honor 2022. A sus 84 años y en plena forma, piensa en todo menos en retirarse. «Retirada no, antes monja», dijo ayer entre burlón y rotundo, en un encuentro con periodistas en la sede de la Academia de Cine para hablar de ese premio honorífico que recibirá en el Palau de Les Arts de Valencia, de la institución que él mismo contribuyó a fundar a mediados de los años 80.

Exhibiendo su habitual lucidez y una memoria prodigiosa al evocar fechas, títulos, nombres y todo lujo de detalles de sus recuerdos, Sacristán se ha declarado contento y feliz. «No hay nada mejor que un reconocimiento así te pille trabajando, la continuidad en el trabajo es la mayor medida del éxito en un país como este».

Inmerso en los últimos tres años en la gira teatral de Señora de rojo sobre fondo gris, el protagonista de películas como Un hombre llamado Flor de Otoño, El diputado, El viaje a ninguna parte o ¡Vente a Alemania, Pepe! recogió hace apenas cuatro meses el Premio Nacional de Cinematografía en reconocimiento a su carrera.

Tal y como recordó ayer el presidente de la Academia de Cine, Mariano Barroso, el Goya honorífico lo merece «por ser un modelo de entrega, de pasión, de ética y de profesionalidad (...), por ser el rostro y la voz del cine español de las últimas seis décadas y por representarnos de modo único en tantos títulos que forman parte de nuestra memoria». Desde que rodó El muerto y ser feliz con Javier Rebollo, Sacristán comenzó a ser reivindicado por una nueva generación de cineastas y llegaron Magical girl, con Carlos Vermut; Murieron por encima de sus posibilidades, con Isaki Lacuesta, o Toro con Kike Maíllo, entre otras.

«Pobre de aquel que entienda que lo sabe todo, esto es un aprendizaje permanente, hay quien se ha muerto de viejo haciéndolo igual de mal que el primer día», reflexionó ayer el actor madrileño, satisfecho y agradecido por la posibilidad de ese intercambio generacional, «aunque a veces te cabrees». Antes incluso de que le preguntaran por ello, Sacristán se refirió también a las películas de su primera etapa, en la época del destape, para reivindicar a directores como Sáenz de Heredia, Mariano Ozores o Pedro Masó.

«Cuando vuelvo la vista atrás me reconozco en el camino recorrido, alguno puede opinar que si una película era una cosa u otra, pero todas forman parte de mi vida y estuvieron ahí para ayudarme a vivir y a alimentar la ilusión de ser actor, y a esos nombres no consiento que les toquen un pelo, es gente que confió en mí en mis principios», declaró.

Unos principios que no fueron nada fáciles, habiendo nacido en Chinchón (Madrid) en plena posguerra en el seno de una familia sin recursos y con un padre en la cárcel.